viernes, 6 de octubre de 2017

Quiero levantar mi patria, un inmenso afán me empuja…


Vi cómo unos hombres quemaban vivo a otros hombres. Ocurrió en Nigeria. Uno de ellos estaba tan exhausto que ya no tenía fuerzas ni para gritar. Sentado en el talud de tierra, dejaba que ardieran sus ropas sin pelear contra las llamas. Abría y cerraba la boca buscando aire sin emitir sonidos. Un numeroso grupo de hombres negros, empleando una violencia extrema, quemaban a otros hombres vivos y se reían del sufrimiento extremo que les provocaban. No tenían la mínima misericordia ni sentían la menor empatía. Disfrutaban haciéndolo. No había diferencias físicas entre los asesinos y los asesinados. Todos me parecían hombres negros de Nigeria. No sé qué señas de identidad determinaba que unos merecieran morir quemados y otros sentir placer con el suplicio del otro. Aparentemente eran exactamente iguales…

…no sabía en ese momento que eran musulmanes quemando a cristianos, y que ese era el motivo que los diferenciaba. Étnicamente pertenecían al mismo grupo racial, pero a tribus culturales distintas, y eso justificaba lo que estaba pasando. El aprendizaje social, que debería funcionar como contención para la crueldad, se transformaba precisamente en motivo para justificarla. El hombre es un lobo para el hombre.

De nada les había servido, a estas alimañas, los cinco mil años de civilización para encorsetar un comportamiento atávico, ni habían desarrollado en su psiquis elementos inhibidores de la crueldad. Simplemente habían vuelto en un instante a las cavernas —aunque dudo que los hombres de las cavernas fueran así de despreciables—. Saltaban y reían salvajemente, sin control y sin normas. Lo espeluznante de la escena era verlos sin culpa, impunes y sin remordimientos.

Su extrema crueldad me hizo desear exactamente lo mismo para ellos. Me temo que frente a estos comportamientos es fácil pensar que empleando la misma crueldad se podría cortar de raíz la crueldad que observamos en los otros. Y entonces, llegados a ese convencimiento, es cuando habremos retrocedido a tiempos del homo erectus. De nada habrá servido la difícil convivencia de siglos; ni la evolución del pensamiento humano; ni las preguntas planteadas por hombres sabios y las respuestas que nos han ofrecido en estos siglos. Todo tirado al estercolero en cuanto aflora el cerebro de reptil que llevamos a flor de piel… ¡Y qué fácil es! ¡Y qué patéticas resultan las patrias culturales o étnicas cuando sirven para justificar lo más primario de nosotros mismos!

Y aún es más triste comprobar que no hay que retroceder a las cavernas. Ayer mismo, los clérigos de la civilizada Europa ritualizaban el mismo tormento: quemaban vivos a otros hombres porque no compartían exactamente sus creencias. Y hoy, otros clérigos de barba negra y túnicas blancas, animan a quemar vivos a los cruzados infieles por la misma razón: son distintos… homo homini lupus.

Pero no sólo lo vemos en la vieja historia, la vida diaria, está plagada de crueldades humanas. Me temo que cualquiera de nosotros podría llegar a esos extremos porque la costra de civilización que inhibe nuestro cerebro de reptil es muy delgada. Basta rascar un poco para que afloren las mil formas la crueldad que llevamos instaladas en los resortes neurológicos del placer…



…y entonces, azuzados por algún iluminado, reaparecen los nacionalismos con sus patrias de colores que excluyen al extraño. Y afloran desde debajo de las piedras los patriotas que se enfundan en sus banderitas para justificar que los Otros son distintos. Y, no se sabe muy bien por qué —tal vez porque se visten con otra bandera—, no sólo es que sean distintos, es que son enemigos. Y a los Otros les pasa lo mismo, que imaginan una patria en la que solo caben ellos…

…con qué facilidad emergen los fascismos, esa ideología que diseña una patria ad hoc y hace de ella su único y monolítico discurso. Una y otra vez, cuando concurren las mismas condiciones históricas, económicas y sociales, aparecen las naciones-patrias-paraísos con sus miles de banderitas al viento para cegar el entendimiento y apelar a lo más primario. Las patrias creadas, inevitablemente, por definición, imprimen en sus patriotas el germen de la primacía y olvidan que los hombres tienen derechos y deberes por ser hombres no por ser catalanes o españoles, por ejemplo. Y en última derivada, esas patrias-paraísos sirven a los simples para justificar cualquier crueldad física, ética, emocional o política contra los Otros

…españolistas y catalanistas. Nuevos carcamales, que por no tener, ni siquiera tienen un Caudillo como Dios manda.


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