Vi cómo unos hombres quemaban vivo a
otros hombres. Ocurrió en Nigeria. Uno de ellos estaba tan exhausto que ya no
tenía fuerzas ni para gritar. Sentado en el talud de tierra, dejaba que
ardieran sus ropas sin pelear contra las llamas. Abría y cerraba la boca
buscando aire sin emitir sonidos. Un numeroso grupo de hombres negros, empleando
una violencia extrema, quemaban a otros hombres vivos y se reían del
sufrimiento extremo que les provocaban. No tenían la mínima misericordia ni
sentían la menor empatía. Disfrutaban haciéndolo. No había diferencias físicas
entre los asesinos y los asesinados. Todos me parecían hombres negros de
Nigeria. No sé qué señas de identidad determinaba que unos merecieran morir
quemados y otros sentir placer con el suplicio del otro. Aparentemente eran
exactamente iguales…
…no sabía en ese momento que eran
musulmanes quemando a cristianos, y que ese era el motivo que los diferenciaba.
Étnicamente pertenecían al mismo grupo racial, pero a tribus culturales
distintas, y eso justificaba lo que
estaba pasando. El aprendizaje social, que debería funcionar como contención
para la crueldad, se transformaba precisamente en motivo para justificarla. El hombre es un lobo para el hombre.
De nada les había servido, a estas
alimañas, los cinco mil años de civilización para encorsetar un comportamiento atávico,
ni habían desarrollado en su psiquis elementos inhibidores de la crueldad. Simplemente
habían vuelto en un instante a las cavernas —aunque dudo que los hombres de las cavernas
fueran así de despreciables—.
Saltaban
y reían salvajemente, sin control y sin normas. Lo espeluznante de la escena era
verlos sin culpa, impunes y sin remordimientos.
Su extrema crueldad me hizo desear
exactamente lo mismo para ellos. Me temo que frente a estos comportamientos es fácil pensar que empleando la
misma crueldad se podría cortar de raíz la crueldad que observamos
en los otros.
Y entonces, llegados a ese convencimiento, es cuando habremos retrocedido a
tiempos del homo erectus. De nada
habrá servido la difícil convivencia de siglos; ni la evolución del pensamiento
humano; ni las preguntas planteadas por hombres sabios y las respuestas que nos
han ofrecido en estos siglos. Todo tirado al estercolero en cuanto aflora el
cerebro de reptil que llevamos a flor de piel… ¡Y qué fácil es! ¡Y qué patéticas
resultan las patrias culturales o
étnicas cuando sirven para justificar lo más primario de nosotros mismos!
Y aún es más triste comprobar que no
hay que retroceder a las cavernas. Ayer mismo, los clérigos de la civilizada
Europa ritualizaban el mismo tormento: quemaban vivos a otros hombres porque no
compartían exactamente sus creencias. Y hoy, otros clérigos de barba negra y
túnicas blancas, animan a quemar vivos a los cruzados infieles por la misma
razón: son distintos… homo homini lupus.
Pero no sólo lo vemos en la vieja historia,
la vida diaria, está plagada de crueldades humanas. Me temo que cualquiera de
nosotros podría llegar a esos extremos porque la costra de civilización que inhibe
nuestro cerebro de reptil es muy delgada. Basta rascar un poco para que afloren
las mil formas la crueldad que llevamos instaladas en los resortes neurológicos
del placer…
…y entonces, azuzados por algún iluminado,
reaparecen los nacionalismos con sus patrias de colores que excluyen al
extraño. Y afloran desde debajo de las piedras los patriotas que se enfundan en
sus banderitas para justificar que los Otros
son distintos. Y, no se sabe muy bien por qué —tal vez porque se visten con otra bandera—, no sólo es que sean
distintos, es que son enemigos. Y a los Otros
les pasa lo mismo, que imaginan una patria en la que solo caben ellos…
…con qué facilidad emergen los
fascismos, esa ideología que diseña una patria ad hoc y hace de ella su único y monolítico discurso. Una y otra
vez, cuando concurren las mismas condiciones históricas, económicas y sociales,
aparecen las naciones-patrias-paraísos con sus miles de banderitas al viento
para cegar el entendimiento y apelar a lo más primario. Las patrias creadas,
inevitablemente, por definición, imprimen en sus patriotas el germen de la
primacía y olvidan que los hombres tienen derechos y deberes por ser hombres no
por ser catalanes o españoles, por ejemplo. Y en última derivada, esas patrias-paraísos
sirven a los simples para justificar cualquier crueldad física, ética,
emocional o política contra los Otros…
…españolistas y catalanistas. Nuevos
carcamales, que por no tener, ni siquiera tienen un Caudillo como Dios manda.
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