viernes, 11 de agosto de 2017

Tiro de gracia a corta distancia, en la cabeza


El veinte de julio de 1938 ejecutaron de Los Seis de Grazalema. Eran las cinco menos cuarto de la madrugada cuando el juez se personó en la prisión del Partido Judicial, en el Ayuntamiento de San Fernando (Cádiz), y ordenó que los seis hombres acudieran ante él. Entonces leyó la sentencia: estaban condenados a muerte y serían fusilados al amanecer de ese mismo día. Ramón Vega Román, Francisco Palacios Tornay, Julián Álvarez Calle, Juan Gómez Pérez, Pedro Rincón Román y Diego Román Palma se dieron por enterado… no tenían otra posibilidad.



Siguiendo con el riguroso protocolo de la justicia militar, el juez ordenó «poner en capilla» a los reos. Eran exactamente las cinco de la mañana cuando quedó establecida «en la planta baja del edificio del Ayuntamiento de esta ciudad». Desde ese mismo momento la guardia civil se hizo cargo de los reos y fue entonces cuando los curas les facilitaron lo que llamaban «auxilios de la religión», confesión y eucaristía si lo aceptaban, y todo lo necesario para que hicieran testamento. Ninguno de ellos testó. No tenían qué testar. Luego, la Guardia Civil los condujo hasta el muro oeste del cementerio, en el exterior. En ese lugar esperaba un piquete de carabineros, que serían los encargados de pasarlos por las armas. Acompañaban a estos hombres, en un gesto de macabra camaradería y responsabilidad compartida, fuerzas de marinería, de Infantería de Marina y Falange Española Tradicionalista y de las JONS… todos ellos solidarios espectadores y cómplices del asesinato.

Entonces dispararon los fusiles: «En San Fernando a las seis horas y treinta minutos de día 20 de julio de 1938. Formadas las fuerzas antes mencionadas en el lugar designado, y siendo la hora convenida y puestos los reos en el sitio conveniente dentro del cuadro y frente al piquete, previo el reconciliarse los sentenciados con los sacerdotes, fueron pasados por las armas y reconocidos por el médico designado, Comandante de Sanidad de la Armada, don Alfonso Candela Martín, mayor de edad y de esta vecindad; manifestó que los reos ejecutados habían fallecido…»

Estas muertes fueron consecuencia de una justicia encaminada a castigar con ejemplaridad a cuantos ciudadanos se opusieron a la sublevación militar de 1936. Buscaba exterminar físicamente cualquier atisbo de disidencia, y cuando no condenaba a muerte, castraba socialmente al reo, a su familia y a sus vecinos, hasta dejarlos socialmente inanes y en la ruina. Esta pantomima de justicia fue posible con la complicidad de unos y el miedo de otros. Se sabían impunes —porque para eso se ganan las guerras, para que los vencedores queden impunes—. Socializaron el exterminio “del otro” y normalizaron ese crimen… y el miedo a la disidencia ha permanecido vivo durante dos generaciones de españoles.

No sabemos si los Seis de Grazalema fueron rematados con un tiro de gracia. Las diligencias del juez no lo cita, pero era un gesto frecuente… usaron armas cortas para esta ulterior venganza. En San Fernando, durante el Terror Caliente (entre julio de 1936 y marzo de 1937), fueron falangistas los que disparaban el tiro de gracia. Disparos en la cabeza, a corta distancia, para no fallar y matar definitivamente a la víctima. Usaban balas del calibre 9 mm largo. Cinco de estos casquillos aparecieron en diciembre de 2016, en la Cata Arqueológica nº 5 del cementerio de San Fernando. Algunas de ellas fueron fabricadas en la Pirotécnica de Sevilla, en el año 1930… y las usaron contra hombres moribundos entre agosto y noviembre de 1936…

…pero los criminales no reposan en la fosa común. Los que ordenaban disparar y los que daban el tiro de gracia, fueron considerados «hombres de orden» el resto de sus vidas. Muchos de estos criminales llegaron a ser abuelos bonachones de bigotito blanco y murieron en su cama, rodeados por los suyos y amparados por los auxilios de una religión cómplice.

Mientras sus víctimas siguen en la fría y húmeda fosa…


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