El veinte de
julio de 1938 ejecutaron de Los Seis de Grazalema. Eran las cinco menos cuarto
de la madrugada cuando el juez se personó en la prisión del Partido Judicial,
en el Ayuntamiento de San Fernando (Cádiz), y ordenó que los seis
hombres acudieran ante él. Entonces leyó la sentencia: estaban condenados a
muerte y serían fusilados al amanecer de ese mismo día. Ramón Vega Román,
Francisco Palacios Tornay, Julián Álvarez Calle, Juan Gómez Pérez, Pedro Rincón
Román y Diego Román Palma se dieron por enterado… no tenían otra posibilidad.
Siguiendo
con el riguroso protocolo de la justicia militar, el juez ordenó «poner en
capilla» a los reos. Eran exactamente las cinco de la mañana cuando quedó
establecida «en la planta baja del edificio del Ayuntamiento de esta ciudad».
Desde ese mismo momento la guardia civil se hizo cargo de los reos y fue
entonces cuando los curas les facilitaron lo que llamaban «auxilios de la
religión», confesión y eucaristía si lo aceptaban, y todo lo necesario para que
hicieran testamento. Ninguno de ellos testó. No tenían qué testar. Luego, la
Guardia Civil los condujo hasta el muro oeste del cementerio, en el exterior.
En ese lugar esperaba un piquete de carabineros, que serían los encargados de
pasarlos por las armas. Acompañaban a estos hombres, en un gesto de macabra
camaradería y responsabilidad compartida, fuerzas de marinería, de Infantería
de Marina y Falange Española Tradicionalista y de las JONS… todos ellos
solidarios espectadores y cómplices del asesinato.
Entonces
dispararon los fusiles: «En San Fernando a
las seis horas y treinta minutos de día 20 de julio de 1938. Formadas las
fuerzas antes mencionadas en el lugar designado, y siendo la hora convenida y
puestos los reos en el sitio conveniente dentro del cuadro y frente al piquete,
previo el reconciliarse los sentenciados con los sacerdotes, fueron pasados por
las armas y reconocidos por el médico designado, Comandante de Sanidad de la
Armada, don Alfonso Candela Martín, mayor de edad y de esta vecindad; manifestó
que los reos ejecutados habían fallecido…»
Estas
muertes fueron consecuencia de una justicia encaminada a castigar con
ejemplaridad a cuantos ciudadanos se opusieron a la sublevación militar de 1936.
Buscaba exterminar físicamente cualquier atisbo de disidencia, y cuando no
condenaba a muerte, castraba socialmente al reo, a su familia y a sus vecinos,
hasta dejarlos socialmente inanes y en la ruina. Esta pantomima de justicia fue
posible con la complicidad de unos y el miedo de otros. Se sabían impunes —porque
para eso se ganan las guerras, para que los vencedores queden impunes—. Socializaron
el exterminio “del otro” y normalizaron ese crimen… y el miedo a la disidencia ha
permanecido vivo durante dos generaciones de españoles.
No
sabemos si los Seis de Grazalema fueron rematados con un tiro de gracia. Las
diligencias del juez no lo cita, pero era un gesto frecuente… usaron armas
cortas para esta ulterior venganza. En San Fernando, durante el Terror Caliente
(entre julio de 1936 y marzo de 1937), fueron falangistas los que disparaban el
tiro de gracia. Disparos en la cabeza, a corta distancia, para no fallar y
matar definitivamente a la víctima. Usaban balas del calibre 9 mm largo. Cinco de
estos casquillos aparecieron en diciembre de 2016, en la Cata Arqueológica nº 5 del cementerio de San Fernando. Algunas de ellas fueron fabricadas en la
Pirotécnica de Sevilla, en el año 1930… y las usaron contra hombres moribundos
entre agosto y noviembre de 1936…
…pero
los criminales no reposan en la fosa común. Los que ordenaban disparar y los
que daban el tiro de gracia, fueron considerados «hombres de orden» el resto de
sus vidas. Muchos de estos criminales llegaron a ser abuelos bonachones de
bigotito blanco y murieron en su cama, rodeados por los suyos y amparados por los
auxilios de una religión cómplice.
Mientras
sus víctimas siguen en la fría y húmeda fosa…
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