Anoche acabaron
rotas las botellas. Esparcidos los vidrios en mitad de la calle. Algún imbécil debió
terminar decepcionado con el mundo y se vengó a su manera de imbécil. No tiene
ni idea del valor de un territorio común y público. O no se lo hemos enseñado o
lo ha olvidado. Las rompieron frente un viejo muro de piedra ostionera. Hay
tres almendros abandonados detrás de esa pared, en un manchón que fue huerta
hace lustros. No sé cómo siguen vivos esos almendros. Yo los veo florecer cada
febrero, madurar en verano y caer las almendras en otoño. Debe ser muy aburrido
florecer cada año para nada. Será que no pueden evitar seguir vivos y repetir
la única secuencia que saben y pueden. Nunca lo había pensado, pero los árboles
jamás podrán decidir sobre su vida y su muerte. No pueden tomar la última
decisión. No son dueños de su vida. Nosotros sí… pero casi siempre perdemos la
ocasión de demostrarlo.
No tienen ni idea
del valor de un territorio común y público… (Foto @MilanLoMo)
Un equipo de
futbol sube la cuesta a la carrera, sorteando los vidrios rotos. Son jóvenes y
van sudorosos. Más arriba, algún sujeto ha dibujado penes erectos en el muro
impoluto del nuevo Edificio de la Hora Oficial de España. El pobre diablo debe
pensar que así afianza la hombría. Una lagartija se esconde en su rendija
cuando me acerco; no se fía de mí. Hay una brisa de poniente que barre la calle
y una joven pareja se toquetea furtivamente en un banco del parque. Apenas oigo
los pájaros, pero sé que están ahí; me han dicho que ya se me escapan los
agudos… y es triste empezar a perder el mundo de esa manera. Las raíces de un ficus
son poderosas y han levantado la acera como si fuera de papel, se ve que lo
hacen lentamente, sin prisas, año tras año, como los almendros de ahí detrás.
La vida se abre camino a pesar de todo. Lo hace el almendro y lo hace el ficus…
…pero no sé.
…esparcimos las
cenizas de Raúl entre los almendros. (Foto @MilanLoMo)
Hace unos días esparcimos
las cenizas de Raúl en la vieja huerta, entre los almendros. En junio ya tienen
frutos y la vida se abre camino a través de ellos. Sus cenizas agrisaron el
suelo y cubrieron algunas almendras de la temporada anterior. No lo pude
evitar, imaginé a Raul, socarrón, asistiendo a su propia conclusión. No como un
rito sino como el que cierra un ciclo y vuelve al origen. Sí… entiendo que él tomara
su propia decisión, y me alegré a pesar de la pena de perder sus palabras y sus
sentimientos. Porque al final, tarde o temprano, la vida se atranca en las
veredas y el tramo final se hace demasiado sinuoso, polvoriento y sin sentido.
Raúl no quiso ser
un vegetal; ni ficus ni almendro. Decidió sobre su vida, cómo vivirla y hasta
dónde vivirla. Eran sus derechos.
Al menos, desde
ahora, cada febrero, los viejos almendros tendrán una nueva razón para florecer.
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