Sobre las peripecias de Alex y Yoli,
cooperantes en la Comunidad Inti Wara Yassi, selva amazónica de Cochabamba.
Buscando
al Delfín Rosado en el Río 24… hay tantos ríos que, en lugar de nominarlos, los
numeran.
Puede que aquí resulte imposible de creer, pero a veces
la vida no se abre camino. A pesar de lo ubérrimo de la Amazonía que nos
enseñan Alex y Yoli, la vida se atranca y por más atención, voluntad —incluso
amor— que aplican para mantenerla, no
resulta viable. En este hábitat pareciera que no hay un solo palmo inerte; que el
proceso vital explota incontenible en cada centímetro… pero a veces no es así y
se nos olvida que es tan frágil la vida como mantener una canica en equilibrio
sobre el filo de una cuchilla. No sabemos por qué, pero cada ser vivo —esa cosa
que produce copias de sí misma y hasta es consciente de su propia existencia— es
una singularidad en el universo; una osadía tan improbable como esa canica en
equilibrio sobre la cuchilla…
…los humanos siempre tenemos más preguntas que respuestas, y no poder responderlas nos hace humildes. Un saltamontes no puede apreciar un poema de Neruda, simplemente porque no lo necesita para sobrevivir... pero nosotros hemos conquistado tiempo para preguntarnos y, a veces, necedad para inventar respuestas.
El perro llevaba dos días tirado a un lado del
camino, inmóvil, entre Parque Machía y la pequeña aldea. La primera vez que
Alex y Yoli pasaron a su lado lo dieron por muerto. Un atropello más, pensaron.
Son muy frecuentes en ese tramo… de perros y de hombres. Al día siguiente,
movió levemente el rabo cuando ellos pasaron. Una mirada y un leve movimiento
de la cola fueron suficientes. A pesar del dolor que debía sentir el pobre
animal, lamía las manos de los humanos. Con un par de cañas y una camiseta improvisaron unas angarillas para llevarlo a la pequeña clínica. Yoli le
arregló la pata rota… pero las lesiones internas demostraron ser irrecuperables.
No pudo ser y a los tres días, para ahorrarle sufrimientos, le ayudaron a morir…
…y entonces, cuando la vida se atranca y la mirada
del pobre perro se torna de cristal —como la del tamandúa sin nombre que amamantaron con leche de gata, o la de Luisito,
el imprudente capuchino que comía cucarachas; o la del carachupa que dejaron sin
oreja de un mordisco…— es entonces cuando somos conscientes de que, a
pesar de la exuberancia de la Amazonía, todo juega a favor del Caos. Y comprendemos que el
universo camina siempre en contra del extraño orden que supone la vida, que
progresa inexorable hacia la mínima energía, la desorganización máxima y la
quietud.
Nosotros, y todas nuestras preguntas, somos insignificancias. La nada es nuestro destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario