Conocí a Paco en
una de tantas reuniones que tuvimos que hacer. En España, poner en marcha la
búsqueda de fosas comunes de la Guerra Civil y encontrar a los que asesinaron en
1936 no es cosa fácil. Hay que contar con un grupo de gente extraordinaria, hablar muchas veces, con mucha gente; hay que
buscar el apoyo de las instituciones implicadas y, sobre todo, esperar a que todos
hagan su parte del trabajo.
Digo que buscamos
a los asesinados y digo bien, porque decir ejecutados
o fusilados implica que haya
existido previamente algún tipo de justicia, aunque fuera el remedo de justicia
que los criminales pusieron en marcha a partir de marzo de 1937. Es decir, un paripé legal
diseñado y configurado para exterminar a una clase social… justamente la clase
social que podría entender y oponerse al fascismo cuartelero de los sublevados contra la
II República. Los muertos que buscamos en las fosas comunes de San Fernando son casi
todos anteriores a esa Justicia del
Terror, como bien la define el historiador José Luis Gutiérrez Molina. Todos
ellos fueron muertos sin ni siquiera pasar por un paripé de justicia. Los que
buscamos fueron los primeros asesinados en San Fernando, los primeros
enterrados sin rastro y sin registro. Esos.
Paco tiene hoy
ochenta y un años. Ayer cogió una pala y se puso a sacar tierra en una fosa común. Buscaba a su padre.
Juan Valverde
Colón era de Paterna y acabó en San Fernando antes de la guerra buscando
trabajo. Un cuñado suyo intentó colocarlo en el Observatorio de Marina, pero no
fue posible. Finalmente, Juan trabajó como conserje en la Peña Conservadora, uno de los varios casinos de clase que había en la
ciudad, y entidad nada sospechosa de oponerse al Glorioso Movimiento Salvador de la Patria que se inició el 18 de
julio de 1936… pero tal presunción de adhesión no llegó al conserje.
Una noche de ese
verano, al poco de iniciarse la rebelión militar, los falangistas lo sacaron a
empellones de su casa. Los vecinos lo vieron. Y quedó preso en el penal de la
Casería de Osio. Tenía treinta y un años. En su casa quedaron su hijo de nueve
meses y su mujer embarazada. No era masón, ni pertenecía a ningún partido
político y tampoco fue investigado posteriormente por las nuevas autoridades… Mi
amigo Paco aún no sabe a ciencia cierta por qué detuvieron a su padre.
El cinco de
septiembre de 1936 lo asesinaron junto a seis personas más en la tapia del
cementerio de San Fernando. Sus restos fueron inhumados en la fosa común que
abrieron sus asesinos, la que hoy estamos buscando.
Y Paco creció huérfano, con
sus tíos. No tener padre era frecuente en esa España de posguerra. Él dice que
creció tutelado por ellos y sin percibir ninguna ausencia emocional. Tampoco
supo qué había pasado en su país hasta que, con quince años, empezó a trabajar
en la Bazán. Allí, oyendo las conversaciones de sus compañeros, supo que en este país hubo una guerra y entendió que su padre fue una de las víctimas. Y dice que cuando preguntaba por su padre, su familia contestaba invariablemente que de esas
cosas no se habla… A Paco le arrebataron el suelo donde pisaba, su memoria y sus raíces.
Y pasaron los
años 30, y los 40, y los 50, y los 60, y los 70, y los 80, sin que nadie le
diera noticia de su padre. Nadie, ni su madre, ni sus tíos que lo tutelaron. Paco
tuvo que esperar hasta 1992. Ese año compró un libro escrito por -en el concepto de algunos indeseables- un impertinente rojo y maricón de mierda. Obra prohibida y secuestrada por un juez de San Fernando. Y entre sus líneas lo encontró:
El día cinco de septiembre sacaron a siete hombres, presos del Penal de La Casería, seleccionados por el infame Prieto. Al alba, llegaron destrozados al paredón del cementerio nuestro de La Isla, que ya había cambiado el rótulo de la puerta principal por orden exclusiva e imperativa del cura Don Recaredo, poniéndole el nuevo rótulo de “católico”, cuando antes razonablemente era “municipal”. El padre Franco, junto a Don Recaredo, lo estaba pasando de lo lindo. Eran los dueños de la situación y con su venia estaban ejecutando un genocidio que les dejaba sin oposición. Según intentaban hacernos creer, era una obra magna de limpieza de ateos para que reinara, incluso más que en todo el resto del mundo, el Sagrado Corazón…» (1)
Uno de esos siete
hombres era su padre…
…por eso el otro día, a sus ochenta y un años, Paco cogió la pala y
se puso a sacar tierra de la fosa común.
(1) Es
un libro durísimo que se titula Trigo
tronzado. Crónicas silenciadas y comentarios. Lo publicó en 1992 un hombre
llamado José Casado Montado, y relata los fusilamientos que se cometieron en
San Fernando entre los años 1936 y 1940. Esa primera edición fue secuestrada
por orden judicial y censurada. En 2016, el Ateneo Republicano y Memorialista de la Isla (San Fernando) lo ha reeditado gracias al micro-mecenazgo solidario de muchas personas.
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