sábado, 24 de septiembre de 2016

Historias en diferido: El pequeño tamandúa no tuvo nombre

Sobre las peripecias de Alex y Yoli, cooperantes en la Comunidad Inti Wara Yassi, selva amazónica de Cochabamba.

Episodios anteriores: 1 – De Viru-Viru a Campo Machía2 - La imprudencia de Luisito / 3 – Yoli Potter / 4 – Cebo humano / 5 – Hércules, Cremosito y el carachupa / 6 – Río Paracti /

A veces los campesinos llevan perros enfermos a la clínica de Parque Machía. Dicen que en la aldeíta hay otro veterinario, pero los aldeanos tienen poco dinero para dedicar a los perros. Suelen ser animales famélicos, abandonados a su suerte, que si no mejoran con el remedio que le puedan ofrecer en CIWY (Comunidad Inti Wara Yassi) acaban dándoles un mal palo en la cabeza y tirándolos a la basura aún vivos. Por lo que cuentan Alex y Yoli, tienen la misma sensibilidad con los perros que los montunos que crían cabras y ovejas en la Sierra de Huelva (España), que no quiero ni recordar lo que hace Curro a sus propios perros. Este tal Curro es un asociado de mi amigo el Gran Golucas… Pero más vale que ni me acuerde de tal espécimen.

 Motelito y Yoli con el gato llamado Conejo

…por eso, dice Yoli, a veces prefieren darles ellos mismos la eutanasia más digna que puedan. Los sedan y luego les inyectan en vena sulfato de magnesio, quedan paralizados y finalmente mueren por falta de oxígeno en el cerebro. Saben que no es lo más adecuado, pero es lo mejor que pueden ofrecer.

—…supongo que cuando mueren los bichos, le daréis una alegría al puma Marley: ese día no comerá pollo —le digo—, que estará jartito el pobre de comer pollo...

Pero no es así. Por lo visto los perros tienen tan poquísima carne que el puma (que es tan mimoso como un gato grande) apenas tendría huesos y pellejo para devorar. Y, además, los veterinarios utilizan el cuerpo de cualquier bicho muerto o sacrificado para hacer necropsias, aprender del asunto y ensayar distintos tipos de suturas. Y cuando acaban con la faena, está tan destrozado que no es plan de darle los despojos a Marley. Y puesto que no tienen medios para incinerarlos, los sepultan directamente en tierra... vuelven a casa.


 Recogiendo a los capuchinos al atardecer. Foto Yoli LB

Murió Holyfield, el pequeño carachupa al que algún perro arrancó una oreja. Alejandro se ha convertido en el macho alfa de la manada de capuchinos. A una voz suya, se acaban las peleas… y hasta le respetan la trencita. Yoli está aprendiendo a lanzar dardos sedantes con una cerbatana, para abatir monos a distancia cuando haga falta. Murió Motelito, un pequeño mono capuchino que recogieron en un Motel y que vivía en libertad entre los demás capuchinos del parque. Tenía una fea herida en una pierna; lo curaron y lo alimentaron… pero no sobrevivió. Tienen un gato blanco que se llama Conejo, y es el bicho que mejor vive en Parque Machía.

El pequeño tamandúa bebía leche de gata. 

El tamandúa crecía y correteaba entre las piernas de Yoli, y chillaba que parecía un grajo, y cuando alcanzaba un zapato se le subía encima como si fuera su madre… que, a todos los efectos, lo era. Después de las primeras semanas que le daban leche de gata con una jeringuilla cada cuatro horas (día y noche), consiguió beberla por su cuenta; y se subía a los árboles con cierta soltura. Se le veían buenas maneras en esas artes. Dormía en una caja, enrollado en una manta, a los pies de la cama de sus cuidadores.

Pero son animales muy especializados y delicados. Era muy difícil. El pequeño oso hormiguero enfermó un día y murió en cuestión de horas…

…no llegó ni a tener un nombre.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Historias en diferido: Río Paracti

Sobre las peripecias de Alex y Yoli, cooperantes en la Comunidad Inti Wara Yassi, selva amazónica de Cochabamba.

Episodios anteriores: 1 – De Viru-Viru a Campo Machía / 2 - La imprudencia de Luisito / 3 – Yoli Potter / 4 – Cebo humano / 5 – Hércules, Cremosito y el carachupa.

La cuenca del río Paracti es apenas un pequeño capilar que drena la selva boliviana. Sus aguas, después de un viaje por los ríos Espíritu Santo, Chapare y Mamoré, acaban en el norte, en el gran Amazonas, esa vena abierta en el corazón de América Latina.

El Paracti es un típico río de montaña, con pendientes fuertes en su origen. Durante la temporada de lluvias recoge crecidas torrenciales que arrastran bloques de piedra de más de un metro de diámetro… sin embargo ayer estaba así de amansado, encajonado en su estrecho valle. Servía para que Alex y Kevin pasearan a Balú por el cauce. A un lado Villa Tunari, al otro Parque Machía y la selva montuosa de Isiboro Secure. Y mientras ellos tres caminaban por el lecho, Yoli les fotografía desde el Puente de la Muerte.

Le dicen así, Puente de la Muerte, porque no tiene aceras ni arcenes, y los camiones lo atraviesan a toda velocidad, sin atender la presencia de humanos. Atravesarlo para llegar a la aldeíta es una ruleta rusa. Así que Alex y Yoli han optado por utilizar una especie de moto-taxi para ir de un lado a otro… el problema es que (¡yo no sé cómo lo hacen!) para aprovechar el porte, se suben cinco humanos en la moto. ¡No se sabe qué es más peligroso, si atravesar caminando el puente o mantener el equilibrio en la máquina!

La amazonía boliviana tiene una naturaleza exuberante. Es uno de sus potenciales económicos… pero, de momento, es de los países más pobres del continente a pesar de haber sido el centro de la economía colonial. El Cerro Rico de Potosí —una montaña de plata situada a 570 km al sur de Parque Machía— nutrió de capitales a toda Europa durante los siglos XVI y XVII. Pero nada quedó para los autóctonos, ni las migajas de la inconmensurable riqueza que sacaron de la tierra. Ni siquiera para España quedó plata, la pobre y estúpida metrópolis que exterminó a millones de indios en las minas para que el capital acabara en manos holandesas, alemanas, británicas y francesas… Que utilizaron la plata boliviana para desarrollar una economía nacional diversa sostenible y sirvió de base para la explosión industrial que vino más tarde. Exactamente lo contrario que hicieron los españoles en las colonias y en la metrópolis, que dilapidaron la riqueza de América Latina en las guerras personales del rey de turno, en palacios desproporcionados, en banquetes de indecencia, en la exhibición de lujos efímeros y, por supuesto en conventos e iglesias para mayor gloria de Dios y sus fieles clérigos (la ciudad de Potosí tuvo treinta y cinco iglesias en su momento álgido). Pero ni un sólo gramo de la plata arrancada se utilizó para poner las bases de una economía local, productiva y sostenible para el futuro. Pobre España, pero sobre todo, pobre América Latina que pasó de tener setenta millones de indígenas cuando los conquistadores aparecieron en sus costas, a solo tres millones y medio en siglo y medio de rapiña colonial (1). Y ahí sigue Bolivia (y Potosí como su mejor ejemplo), anclada en una profunda pobreza impuesta por los conquistadores y sometida hoy a los poderes del Norte que siempre impiden su liberación. Y a cada intento revolucionario es aplastada y tachada de extravagante, comunista o bolivariana, da igual el calificativo. Siempre son aplastados sus derechos al bienestar y a la dignidad por el amo del norte, por dictadores a sueldo del amo del norte o por los capitales depredadores del amo del norte. Siempre.

El Velo de la Novia, amazonía boliviana. Foto de Yoli LB.

Por eso ¿qué tiene hoy Bolivia? Además de la exportación de gas y metales (lo que dejaron los depredadores) es uno de los países con mayor biodiversidad del mundo. Desarrollarla es uno de sus potenciales económicos. Cerca de un pueblecito llamado Cristalmayu hay un salto de agua de más de 200 metros de caída que casi nadie conoce. El Velo de la Novia le dicen…

…en el taxi entraron viajeros hasta que se colmó. Catorce personas cupieron en el vehículo con capacidad teórica para cinco. Dicen Alex y Yoli que ellos ocuparon el asiento del copiloto, y que había gente hasta en el maletero (en España hacíamos esto hace cuarenta años y nadie se extrañaba)… se ve que en la actual Bolivia lo de la seguridad vial es una extravagancia europea.


Alex en las cercanías de Cristalmayu, esperando que alguien les recoja en la carretera…
Foto de Yoli LB.


Luego, después de caminar hasta la cascada, verla, oírla y respirarla. Después de sentir el poder de lo natural, uno se sienta en la carretera a esperar. Algún coche pasará y tal vez te recoja.

No hay prisa. La prisa es un invento de otro mundo…


(1) Tomado de Las venas abiertas de América Latina. Eduardo Galeano. Ediciones Siglo XXI. 1971


sábado, 17 de septiembre de 2016

Historias en diferido: Hércules, Cremosito y el carachupa.

Sobre las peripecias de Alex y Yoli, cooperantes en la Comunidad Inti Wara Yassi, selva amazónica de Cochabamba.

Episodios anteriores: 1 – De Viru-Viru a Campo Machía / 2 - La imprudencia de Luisito / 3 – Yoli Potter / 4 – Cebo humano 

Al pequeño carachupa le arrancaron la oreja de un bocado. Dice Yoli que pudo ser un perro, que por aquí cazan y tienen que buscarse la vida como pueden, porque si su alimentación dependiera de sus dueños humanos apenas tendrían para sobrevivir. El carachupa es un marsupial omnívoro de América del Sur y una presa asequible para perros hambrientos. En lengua quechua significa cola pelada. De momento no tiene nombre y por aquí me soplan que le podrían llamar Van Goht o, mejor aún, Holyfield, al que Mike Tyson arrancó un trozo de oreja con los dientes y la escupió durante un famoso combate de boxeo. Yo preferiría Holyfield, es más sonoro y más gráfico.

Puede que sobreviva, pero va a tener serias dificultades para cazar guiándose por el oído. Veremos a ver qué pasa con él.

El carachupa al que arrancaron una oreja. Imagen de Yoli LB.

Cuenta Alex que llevaron al parque una boa constrictor que requisaron a un comerciante en Villa Tunari (Cochabamba), el pueblecito más cercano al Parque Machía. El tío vendía a bombo y platillo Cremas y Productos Naturales de Boa, y como demostración de la veracidad de su mensaje, exhibía a la serpiente metida en una maleta. Claro, al bicho le pusieron Cremosito. Pero no estaba en buenas condiciones, tenía restos de piel sin mudar y, por lo visto, en estos casos ocurren infecciones y ataques de hongos que acaban mal. Alex había tenido experiencias de este tipo de cosas cuando estuvo en la isla de La Palma (Canarias) y en el reptiliario de Selwo. Recuerda que en cierta ocasión una pitón tuvo un pollo atragantado en mitad de la tripa durante un mes entero. La masajeaba todos los días, pero el pollo no se movía… ni lo cagaba ni lo potaba. Al final le metieron por la boca un tubo flexible, y cuando llegó a la altura del pollo le inyectaron un vaso de aceite de oliva a modo de lubricante. La cosa funcionó y la pobre serpiente solucionó, de una vez por todas, su eterna digestión. En el caso de Cremosito sugirió que le dieran un baño de agua tibia con betadine (que era lo que hacían en la Palma cuando se encontraban en un caso similar) y que una vez reblandecida la piel se la frotaran suavemente con una esponja para quitar todos los restos de piel infectada. Parece que funcionó y finalmente Cremosito recuperó su salud y su libertad en la selva amazónica de Cochabamba. Dicen que devolver un bicho a su hábitat es una ceremonia excitante, una fiesta. Los hay que echan sus lagrimitas y todo.


Después de un buen baño y rascado, la boa Cremosito recupera la libertad. Imagen de Yoli LB.

Luego vino Hércules, un coatí (del guaraní, nariz larga) que se metió en una lata de pintura roja y se embadurnó enterito. Menuda forma absurda e hilarante de morir. Pero lo sedaron en la pequeña clínica de Parque Machía y lo fueron esquilando a ras de piel. Y allí donde la piel también estaba pintada la lavaron con agua y jabón verde. No es lo más indicado, es lo único que podían hacer. Bueno, cuenta Yoli que vivirá, pero convendría que el pequeño Hércules, mientras le crece la nueva pelambrera, no se moje demasiado con las lluvias… 



Son pequeños gestos. Apenas microscópicas gotas de agradecimiento que algunos hombres devuelven a la madre naturaleza. Una naturaleza que se nos agota bajo la urgencia económica de una civilización antropocéntrica, criminal y depredadora. Un sistema social y económico que no repara en los límites del hábitat planetario. Talamos los bosques tropicales, envenenamos los ríos, plastificamos los océanos, matamos a ciento setenta y siete mil elefantes en siete años para hacer figuritas horteras con el marfil, o exterminamos a los rinocerontes para pulverizar los cuernos y que algunos viejos imbéciles crean que pueden echar un último y mediocre polvo con una jovencita… Apenas quedan orangutanes porque es más rentable talar sus bosques para plantar palma y extraer su aceite. Apenas quedan gorilas porque con sus manos hacen no sé qué ceniceros y paragüeros que compran excéntricos occidentales. Y todo eso lo hacemos amparados en la sacrosanta libertad de los negocios y en busca del máximo benéfico privado… ¡Al planeta que le den!

Un grupo de animales humanos observa a los gorilas asesinados en el bosque de Virunga.
Fuente de la imagen

Pero no tenemos otro planeta. Ni hay recambio. Agrediendo la naturaleza nos estamos matando nosotros mismos. El planeta se adaptará a nuestros crímenes. Siempre lo ha hecho, alcanzará un nuevo equilibrio, es su dinámica. Pero nuestra civilización se habrá ido a la merecida mierda… a no ser que modifiquemos radicalmente la globalización neoliberal que nos esclaviza.

Vale, pero ¿eso como se hace?

Pues no sé… dando un pequeño paso (…piensa globalmente, actúa localmente). El único que uno pueda dar. Un paso tuyo, pequeño, insignificante, en tu entorno personal. Por ejemplo, salvando a un pequeño coatí que se cayó en un cubo de pintura roja o ayudando a una serpiente pitón a cagar un pollo… Hay mil ocasiones pequeñas. Cada pequeño paso es inmenso si todos sumamos.

Continuará... supongo.


domingo, 11 de septiembre de 2016

Historias en diferido: Cebo humano

Sobre las peripecias de Alex y Yoli, cooperantes en la Comunidad Inti Wara Yassi, selva amazónica de Cochabamba.

Episodios anteriores: 1 - DeViru-Viru a Campo Machía / 2 - La imprudencia de Luisito / 3 – Yoli Potter

Lo que no sabía Alex era que él mismo se iba a convertir en cebo humano vivo. Que correría delante de un oso andino de 120 kilos de peso y un comportamiento impredecible… puede que los monos capuchinos sean, en su opinión, unos cabroncetes y le quiten la gorra y le quieran arrancar la trencita. Vale… pero se les ve venir. Alex y Yoli ya han tenido experiencias con monos (¡sobre todo la valiente Yoli Potter!) y los conocen bastante bien, pero lo de Balú es otra cosa… dice que Balú le impone mucho respeto.

Balú, el oso andino de anteojos (Tremarctos ornatus) de Parque Machía, en una foto de autor desconocido, lo siento.

Lo requisaron las autoridades bolivianas en 2007, cuando los dueños de la mascota lo quisieron vender a un circo. Desde entonces ha vivido en Parque Machía al cuidado de un boliviano llamado Edwin que, por cierto, ya no está. Y hace unos meses los voluntarios le construyeron un recinto rodeado de una cerca electrificada. Allí el oso es feliz… pero hay que sacarlo a pasear de vez en cuando. Es un protocolo simple: un humano lleva al oso atado con una cuerda de diez metros y el otro humano lo llama desde cierta distancia para que le siga por los vericuetos de la selva. ¡Fácil! Así el animal se ejercita y mordisquea plantitas y cositas que le gustan. Es una forma para que haga lo que quiera y reduzca el estrés.

Y si ves que el bicho va a por ti— le advirtieron , no más te subes a un árbol mientras el compañero lo sujeta.

...porque a todos los que han paseado a Balú los ha pillado alguna vez. No es que el animal tenga intenciones de comerte, pero si te alcanza al trote te arrolla sin control y a saber cómo sales del encuentro. Dice que verse venir esa mole de pelo, zarpas y boca, impresiona… bueno, no es que impresione: acojona.

El compañero, es decir, el que sujeta la cuerda es Kevin, un chico boliviano que lleva en el campamento desde que era pequeño… vendía helados por la calle y la presidenta de la Comunidad Inti Wara Yassi, lo recogió cuando tenía ocho años (y este no ha sido el único caso, otros niños de familias desestructuradas han pasado por la tutela de CIWY). Le ayudaron para que fuera al colegio mientras ayudaba con los animales y aprendía mil tareas en el Parque Machía. Kevin estudia ahora veterinaria y ha desarrollado una empatía con los animales que es digno de ver. Los conoce muy bien y se tratan mutuamente con naturalidad. Alex dice que es un auténtico Mogli y el único que tiene ahora cierta ascendencia sobre Balú. Aún así también lo ha pillado en un par de ocasiones y ha experimentado la inquietante cercanía del bicho.

La primera vez que salieron de paseo, Balú se puso a correr detrás del cebo humano (o sea, Alex)… no se sabe bien por qué, tal vez olfateara carne fresca, y Kevin desde atrás no podía hacer demasiado para frenarlo. Acabó el cebo completamente agotado de correr para mantener las distancias… tuvo que vadear cauces, serpentear por trochas embarradas, atravesar maleza espesa, saltar sobre troncos caídos y subir pendientes verticales con tal de no ser alcanzado por el oso. Tal era el agotamiento, que a punto estuvo de vomitar y perder el conocimiento.

Dice que esta vez se escapó de las zarpas (se supone que) juguetonas de Balú, pero habrá otras ocasiones. Rezando está —con lo que es Alex para estas cosas— para que llegue la temporada de lluvias (tres meses lloviendo mañana, tarde y noche), porque con lluvia no pasean al oso… ¡A ver!

Pero, bromas aparte, la pregunta es inmediata: ¿y qué se hace con el estrés que desarrolla el cebo humano? Bueno… se cuenta por Parque Machía siempre en voz baja, y mirando por encima del hombro que los sortilegios mágicos de Yoli Potter subliman ese estrés de manera fulminante…

¡Habrá, entonces, que sacar al oso más a menudo!

Próxima historia: Hércules, Cremosito y el carachupa.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Eriberto

Conocí a Eriberto hace casi cuarenta años, en Conil de la Frontera, cuando Conil aún no había  despertado al turismo y era un pueblecito blanco, pequeño y con sabor a pescado fresco y a huerta. En la arena de playa descansaban bateles. En la Fuente del Gallo apenas se bañaban tres guiris en pelotas y para llegar a la Cala del Aceite había que atravesar carriles de tierra entre pitas y chumberas. La Cala del Aceite todavía era el paraíso.


Eriberto era médico. Había puesto una pequeña consulta en el pueblo que le permitía llevar una existencia plácida y sin pretensiones materiales. Contaba cosas graciosas de lo bruto y entrañables que eran algunos de sus pacientes, todos ellos gente sencilla, del campo o del mar, que de todos lados le visitaban. Contaba que esos hombres, curtidos al sol desde que nacen, duros como una roca y machistas carpetovetónicos de raza, le tenían tanto pánico a las jeringuillas que terminaban dando quejiditos que parecían damiselas. Que hasta tres copas de coñac se metían en el cuerpo para envalentonarse y recibir la inyección con cierta dignidad. Era muy amigo de mi amigo Manu (don Manuel), el director del colegio, y en un par de ocasiones hicimos tertulia los tres en un bar que había cerca del arco que daba entrada al pueblo… por cierto, solían poner pajaritos fritos al ajillo. Eso era antes de la concienciación por la que muchos hemos pasado. Con el tiempo se prohibió esta caza indiscriminada de aves, pero los sinvergüenzas recalcitrantes seguían ofreciéndolos clandestinamente en las ventas de carretera bajo el nombre de langostinos…

¿Quieren ustedes unos langostinitos frescos-frescos…? —. Y te guiñaba un ojo con carita de complicidad que me daban ganas de decirles que eran gilipollas.


La mujer de Manu era Carmiña, licenciada en exactas. Una chica monísima y dulce de la que era muy fácil enamorarse. Carmiña freía los huevos en manteca de cerdo, y tuvieron a Lucia una niña guapísima que ya debe ser una mujer hecha y derecha, y seguro que muy atractiva. Manu, Carmiña, la Novata y servidor nos conocimos mientras moría Franco y más o menos estudiábamos en la Universidad de Sevilla… Eriberto, no. Eriberto era cubano y algo mayor que nosotros.

Había abandonado Cuba hacía años. Allí quedó su familia, sus raíces, la revolución y Fidel. Solo en petit comité y después de la tercera copa de coñac se deslenguaba un poco, pero ni aún así era claro. No, no le gustaba demasiado hablar de su pasado. A fuer de escucharle detalles inconexos fui componiendo su historia. Yo creo que se avergonzaba de su huida y de haber dejado atrás una mujer, y tal vez algún hijo. Y sin embargo decía abiertamente que él comprendía la revolución cubana, y la necesidad de reajustar una sociedad tan arraigadamente injusta y desigual. Explicaba los éxitos de la revolución en la erradicación de las desigualdades, en la eliminación total del analfabetismo, en la construcción de una sanidad y educación para todos, sin distinción de cuna… pero terminaba reconociendo que la revolución era durísima para los que se creían merecedores de mantener sus privilegios de clase. Sí… yo creo que el doctor Eriberto no estaba contento consigo mismo.

Por lo visto dio muchos tumbos antes de acabar en Conil. De Miami pasó a Londres, Barcelona y Alicante, para recalar finalmente en ese rincón perdido en el mapa porque un conocido de un conocido le dijo no sé qué cosa. Y llegó de la mano de una mujer de las que aman sin esperar nada a cambio… y eso recibió Nuria, una gratitud distante y respetuosa, pero nunca amor. Ambos lo sabían y aceptaban la situación. Era su trato vital…

Nuria no se separó de su lado ni un minuto. A Eriberto le diagnosticaron un cáncer de laringe y ese mismo día se encerró en su casa y se dejó morir… o se provocó él mismo una buena muerte. Nunca lo sabremos. De nadie se despidió. No consintió que nadie le visitara durante el proceso de su enfermedad, ni siquiera Manu. Se llevó consigo la historia completa de su vida y sus secretos.

Era muy querido en el pueblo, entre otras cosas, porque la tercera copa de coñac —con la jeringuilla ya en la mano— la solía compartir con sus pacientes miedosos, y cuentan que a su entierro asistieron decenas de hombres duros como rocas y curtidos al sol de cada día, que lloraban como damiselas escondidos bajo las boinas…

jueves, 1 de septiembre de 2016

Historias en diferido: Yoli Potter

Sobre las peripecias de Alex y Yoli, cooperantes en la Comunidad Inti Wara Yassi, selva amazónica de Cochabamba.

Episodios anteriores: 1 - De Viru-Viru a Campo Machía 
                               2 - La imprudencia de Luisito

Han mordido a Yoli en la frente. Ha sido Pequeño, un capuchino adolescente que no tiene ni medio guantazo… pero es lo que pasa si haces algo que ellos interpretan de mala manera. Si te pillan desprevenido pueden hacer cosas así. Ya lo viene diciendo Alex, que algunos son muy cabroncetes (…y conste -dice- que no es porque le quieran arrancar la trencita). Y como ella es una veterinaria de Campo Machía se apañó unos puntos de aproximación y listo. Alex la llama Yoli Potter porque le va a quedar en la frente una interesante cicatriz en forma de rayo, como a Harry. Bueno, y también porque ella es pequeña pero no hay quien la tumbe. 

 Yoli Potter y Alejandro… que, de momento, conserva su trencita.

Es su primera herida de guerra… le quedará bien —¡quiero decir que no se le notará nada!—. Y, de todos modos, si quedara señal, sería una excusa perfecta para contar historias a sus nietos o sobrinos… era una fiera de 85 kilos que me quería arrancar la cabeza, pero yo fui más lista que esa bestia, hija mía, y la engañé. Saqué un caramelo de fresa ácida y mientras el enorme bicho lo pelaba me escapé… O algo así.

…por cierto, cuentan por washapp que ya tienen un hijo. Es un pequeño tamandúa que llevaron a Parque Machía hace unos días. Los hombres venían contando que un árbol talado cayó sobre la madre y la mató, y que los campesinos salvaron al bebé que aún tenía el cordón umbilical…

El pequeño tamandúa sin nombre…

Por lo visto, los tamandúas son una especie de oso hormiguero de cola prensil que vive en los árboles de América del Sur. Se alimentan de hormigas y termitas, y así evitan que los árboles mueran por invasión de estas últimas. Dicen que hay tribus amazónicas que los tienen en sus chozos para que coman las termitas que destruirían sus casas… y así todos contentos. Pero están en peligro de extinción por las causas de siempre: porque la tala masiva de árboles va destruyendo su hábitat y porque los cazan para comerlos, esa es la triste realidad. Además, usan los tendones de la cola para fabricar cuerdas… ¡como si no hubiera otras alternativas! En fin. Allí nadie cree lo que dijeron aquellos hombres. Lo más probable es que a la madre se la comieran…

Cuentan Alex y Yoli que se levantan de madrugada para darle de comer y que es muy complicado porque tiene una lengua muy larga y una boca muy pequeña; tan extremadamente pequeña que apenas le cabe el extremo de una jeringuilla. Solo Yoli ha conseguido la maña adecuada para que coma lo suficiente... eso va a ser instinto maternal. Al principio le daban una papilla fluida a base de leche, huevo y frutas, y más tarde, cuando lo consiguieron, le dan leche de gata. 

¿Y quién es el figura que ordeña a la gata? — Se pregunta uno inmediatamente. Pero por lo visto es que se comercializa así para clínicas veterinarias, leche en polvo para preparar en el momento

De todos modos, supongo que luego tendría que aprender por su cuenta a comer hormigas y termitas. Va ser difícil que sobreviva, pero ahí están…

Aún no tiene nombre el pequeño tamandúa, y deberían ponérselo pronto porque este pequeño es único, y si muere, será mejor que lo recordemos por su nombre. El nombre es lo primero que nos diferencia y nos hace seres singulares e irrepetibles. Cada vida en el planeta es una joya... pero ¿cómo explicas esto a personas que no tiene asegurados los mínimos vitales? Los esfuerzos que hacen todos en Parque Machía merece la recompensa de tener éxito. Con muy pocos medios y mucha voluntad se esfuerzan nativos bolivianos, la pareja de españoles que seguimos en estos relatos y voluntarios de muchos países. Todos ellos aportan su tiempo, sus conocimientos y su buena disposición para salvar de la muerte y extinción al pequeño tamandúa, y a muchísimos animales amazónicos que se refugian allí, casi todos ellos maltratados.

Lo que hacen estos hombres y mujeres, en este mundo profundamente necesitado de valores, es un ejemplo a seguir…

Próxima historia: Cebo humano