martes, 1 de noviembre de 2016

El viaje de octubre: …como decíamos ayer

Pero servidor no viajó a Salamanca a pasear, que también, vine a mirar viejos papeles en el intento de recuperar parcelitas de dignidad para algunos hombres asesinados.

El Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca está ubicado 
en un antiguo hospicio del siglo XVII

Cada día, camino del Archivo General de la Guerra Civil, pasaba muy cerca del monumento al agustino Fray Luis de León, filósofo, teólogo, poeta y catedrático de la Universidad de Salamanca, allá por el siglo XVI. Este hombre fue encarcelado por traducir la Biblia a la lengua vulgar, cosa estrictamente prohibida por el Concilio de Trento… supongo que por aquello del monopolio de la interpretación y el poder que eso otorga. La torpeza del agustino fue denunciada a la Santa Inquisición por algunos de sus compañeros de cátedra —por cierto, todos dominicos, los delatores y los inquisidores—. Después de pasar por la cárcel, y tras cinco años de proceso inquisitorial, fray Luis de León fue repuesto en su cátedra, y cuentan que cuando retomó sus clases lo hizo con una de esas frases demoledoras que pasan a la posteridad para vergüenza de algunos. Frases que equivalen a un elegante bofetón a los intransigentes: «Como decíamos ayer…», dijo. Ninguneando en tres palabras el enorme poder que tuvo la Iglesia Católica entonces.

…a eso viajé a Salamanca, a retomar la historia allí donde la truncó una horda de salvajes. Porque eso eran los que el 17 de julio de 1936 se alzaron contra la República Española… (ya sé que otras hordas de salvajes trabajaron desde dentro de la república para destruirla). Los del Alzamiento Nacional fueron, en mi percepción, una horda de salvajes que pensaron con detenimiento cómo descabezar una sociedad, y ejecutaron tal quebranto a la perfección: exterminando sistemáticamente a los ciudadanos que podrían entender y oponerse a su criminal conducta. Y a los que no pudieron asesinar o hacer desaparecer durante el Terror Caliente (periodo que va desde julio de 1936 hasta marzo de 1937), los castraron emocionalmente para el resto de sus vidas. Y lo hicieron inyectando un miedo paralizante en las arterias de la sociedad española. Un miedo que se instaló en la generación coetánea, la que sufrió la guerra civil y la represión. Fue un miedo tan arraigado que se mantuvo intacto y trascendió durante dos generaciones… Es hoy, después de 80 años, cuando los nietos comienzan a llorar abiertamente por los abuelos abandonados en fosas comunes y cunetas. Los nietos son los que derraman las lágrimas que no se atrevieron a mostrar sus padres. Ya no importan los asesinos… la historia los ha juzgado. Todos saben que fue un crimen. Sólo queda velar con dignidad a los dignos muertos.

Y cuando hablo de hordas salvajes estoy pensando en los militares que creyeron «…necesario crear una atmósfera de terror»;  los que pensaron que había que «dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros»; los que quisieron «causar una gran impresión» y aceptaron sin vacilar que «todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado». Esos, los que vencieron y mandaron durante cuarenta años, fueron una horda de salvajes.

Y me estoy refiriendo a los intelectuales infames que apoyaron el exterminio de la Republica Española con reflexiones que definían el fascismo como solución de España; explicando doctoralmente que las ansias de libertad de los pueblos de España eran un cáncer que debía ser sajado quirúrgicamente en carne sana… Esos intelectuales, que ayudaron a exterminar la República con sus reflexiones, también acabaron con el sueño de los que nunca tuvieron nada en la historia de este país.

Y, por supuesto, también me estoy refiriendo a los poderosos que siempre han detentado y detentan el poder, esos que entienden España como su cortijo y su hacienda. Los que jamás permitieron ni permitirán que ningún gobierno sea realmente del pueblo… ¡qué coño nos hemos creído! El poder nunca regala nada a los que nada tienen.

He visto pocos papeles en los archivos de Salamanca, pero suficientes para ir entendiendo la enorme maquinaria represiva y de terrorismo sociológico que puso en marcha el régimen militar-fascista de Franco durante y después de la guerra civil. Lo había leído en los libros, pero es tocando con mis manos los viejos papeles cuando te inunda la tristeza… ¿cómo es posible que unos hombres torturen, maten, encarcelen o humillen de por vida a otros hombres que no piensan como tú? Son hombres que siguieron normas y dejaron constancia de su trabajo en papeles. Y lo hicieron, aparentemente, sin el menor remordimiento. Y eso me recuerda a Hannah Arendt: hombres «terriblemente y temiblemente normales» cumplieron con su deber. Emana de nuevo el estupor. Comprobar que el lobo sigue dentro de cada hombre me deja pensativo…

los salvadores de la patria por la fuerza de las armas, es decir, los que amaban Una España, Grande y Libre, requisaron inmediatamente todos los archivos de los partidos políticos de izquierda, de los sindicatos, de las logias masónicas, de los ateneos libertarios, etc., y los revisaron uno por uno, anotando todos y cada uno de los nombres que aparecían. Todos ellos fueron considerados de facto opositores al Glorioso Alzamiento Nacional. A muchos, no sabemos cuántos, y nunca lo sabremos con seguridad, los asesinaron directamente, sin causa judicial, sólo por el capricho del que tenía el uniforme azul más impoluto, o más manchado de sangre seca, daba igual… murieron en las tapias de los cementerios, en los recodos de un camino, bajo un árbol singular… no importaba demasiado el lugar. No murieron por ser criminales, los asesinaron por el hecho de no saber qué estaba pasando, por estar apuntado en una lista, por permanecer fieles a la república, por ser concejal o alcalde de cualquier partido del Frente Popular, por ser masón, hijo de alcalde, hijo de masón o hijo de militar republicano, o por ser el cliente de un panadero socialista… los mataron, por ejemplo, por vivir en un pueblo cuyo alcalde se mantuvo fiel a la legalidad.

He visto sus nombres en los documentos requisados por la horda fascista, nombres subrayados en rojo. He visto muchos. Y he visto cómo los jueces de esa pantomima de Justicia del Terror, al cabo de tres años, cuando la guerra había terminado, preguntan a los alcaldes que dónde estaban Cayetano, Marciano, o Jesús. Lo preguntaban para someterlos a cualquier juicio. Y le dicen las flamantes autoridades, muchos de ellos amantes de una patria nueva, que tal sujeto, según rumores murió por sus ideas contrarias al Glorioso Movimiento Nacional. Y añadían que no se tiene constancia de su muerte en el registro civil, ni saben dónde puede estar enterrado…

…que, como sustento para una convivencia nacional, no está del todo mal.

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