domingo, 13 de diciembre de 2015

Viaje otoñal: Toros de Guisando

Mi abuela vivía en Ceuta, en un piso construido en los años 20 del pasado siglo. Era un caserón de techos altos y suelos con solería de colores formando figuras. Casi todas las losetas se movían y me encantaba levantarlas para esconder debajo de ellas una perra chica, que eran las monedas de cinco céntimos de peseta. Si Jhon Silver ‘el Largo’ tenía su tesoro en aquella isla, las losetas de mi abuela escondían el mío.

Después de 55 años, el niño tocó con sus dedos la dura piel de los Toros de Guisando…

Por entonces todos los niños enfermábamos de anginas y, cuando eso pasaba, nos metían en la cama durante cinco días, llamaban al practicante para pincharte en el culo algo muy doloroso y los amiguitos iban a visitarte con TBO’s… pero en los ratos de soledad yo jugaba con una baraja de cartas que me abrió la curiosidad por el mundo. En el anverso tenía imágenes de lugares extraordinarios que mi padre me explicaba echándole imaginación y palabras sonoras. Recuerdo especialmente algunos de ellos: la Ciudad Encantada de Cuenca, con esas piedras en equilibrios imposibles; el drago milenario de Icod de los Vinos, en Tenerife, un espécimen propio del terciario (entonces se decía así) que seguía viviendo entre nosotros; un puente en Cangas de Onís del que pendía la Cruz de la Reconquista, y que mismamente era la cruz que iluminó a Don Pelayo contra los malvados moros… y unos toros de piedra que habían tallado los hombres primitivos en un lugar llamado Guisando. Todos esos lugares he visitado hace tiempo… pero a los toros los encontré sin buscarlos en este Viaje Otoñal. Sí… he tardado 55 años en hacer realidad esa curiosidad infantil.  

Íbamos camino de un pueblo abulense  llamado el Tiemblo, con la intención de caminar por su enorme castañar en pleno otoño… y los encontramos. El reverso de aquellos naipes se estaba haciendo realidad.

Por favor, por favor, por favor. ¡Paremos aquí!

Son cuatro esculturas de granito que representan toros o verracos, que opiniones hay para ambas posibilidades. Las esculpieron los celtas vettones en plena Edad del Hierro, entre los siglos IV y I antes de nuestra era. Los vettones fueron un pueblo pre-romano que se dedicaba a la ganadería por las tierras de la meseta, entre el Duero y el Tajo… y sigue sin conocerse exactamente para qué las esculpían. Parece que los romanos las reutilizaron posteriormente. Sea como sea ahí siguen, muy cerca del arroyo de las Tórtolas, frontera natural de los reinos de Castilla y León… por eso este lugar fue elegido por el rey Enrique IV de Castilla y su hermanastra Isabel para firmar el Tratado de Guisando en 1468. Este tratado reconocía a Isabel como heredera al trono de Castilla a la muerte de Enrique… luego las cosas se complicaron, pero esa es otra historia…  

Y así, aquel niño tocó finalmente la dura piel de los Toros de Guisando. Puede parecer una tontería, pero fue importante palparla. No estaba fría, el sol la entibiaba… y saber que más de dos mil años atrás otros hombres las acariciaron hacía especial el gesto. Me gusta pensar que las viejas piedras mantienen parte del alma de los hombres de otro tiempo… ¿me hablarán cuando palpe la piedra? No, no hablaron. Esas cosas no ocurren cuando el niño pasa ya de los sesenta…

…pero uno lo intenta a pesar de todo.


Mis compañeros de viaje no decían nada, pero yo creo que se reían en el fondo… incluso consintieron en pagar dos euros por cabeza para entrar en el recinto y acompañar al niño en la conquista de su sueño infantil. Gracias, amigos.


jueves, 10 de diciembre de 2015

Viaje otoñal: gradiente antropológico

El viaje comienza cuando lo imaginas por primera vez. Creo que lo desencadenó una foto otoñal de castaños repletos de ocres, amarillos y verdes. Sin sombras, porque el día de la foto era nublado y tal vez orvallaba… Ahora, siempre que veo un castaño, me acuerdo de mi amigo el Gran Golucas. Algún día contaré la historia del Gran Golucas porque no tiene desperdicio.

Santa María del Tietar (Ávila)

El Viajero no anduvo Solitario esta vez, le rodearon amigos y cuando eso ocurre hay que consensuar las voluntades de todos. Mi sobrino Javier, que es muy sabio, tiene un lema muy apropiado, dice: «Ante todo, mucha calma…» y sólo con evocarlo ya me proporciona placidez de ánimo y sosiego para disfrutar de cada instante, de cada centímetro que avanzamos hacia el norte porque nuestros viajes siempre son hacía el norte, no hay otro camino posible porque al sur comienza el mar y servidor es hombre de tierra firme.

Santa María del Tietar (Ávila)

…el placer que proporciona al viajero comprobar el gradiente antropológico que se forma de sur a norte (y también de este a oeste)… es decir, observar cómo el acento de la gente se modifica gradualmente de un pueblo al siguiente. Pero no sólo eso, también los usos y costumbres se van modificando lentamente conforme avanzamos. La arquitectura popular se amolda a los materiales de cada zona… en Guadalajara, por ejemplo, un valle tiene las casas negras de pizarra y el siguiente las tiene roja de piedras ferrosa. En la Vera construyen de una forma y en las Hurdes de otra. Y como estos ejemplos los hay a centenares.

Las balconadas se agrandan o se encogen en función del clima o de los vientos dominantes. Las tejas se colocan de una manera u otra. Las chimeneas se rematan con soluciones totalmente singulares según en qué comarca estemos. En campo abierto, la manera de hacer los muros y las vallas que separan las propiedades también evolucionan… incluso la forma de hacer las bisagras de las portas y la maña para trabar un portalón con otro. Y la comida, la bebida y las creencias. Y, sobre todo, cambia el paisaje humano y físico. Todo cambia conforme viajas porque te traspasa lo distinto.

El medio siempre nos condiciona culturalmente. Todo demuestra una evolución gradual en función del espacio recorrido durante el viaje. Y si eso no pasara, poca diferencia habría entre un pueblo y el siguiente, y no merecería la pena viajar… el contraste siempre es bello, es lo que nos hace mirar con renovada atención las cosas y las gentes...

...y así subíamos de sur a norte.


viernes, 4 de diciembre de 2015

Un estorbo para las élites

Somos demasiados en el planeta. Este sistema de economía globalizada y salvajemente liberal genera una pequeña élite mundial de privilegiados que, para mantener su insultante bienestar, necesita una enorme masa crítica de consumidores pobres, sumisos y obedientes… pero superada esa masa crítica, el resto sobra porque no es rentable mantenerlos vivos.



[…sobran, porque son prescindibles, los trabajadores que murieron en el derrumbe de fábricas en la India y Bangla Desh… que fabricaban ropa para marcas occidentales. Sobran los refugiados sirios que huyen de la masacre y sobran todos los negros de África que huyen de la hambruna, etc., etc., etc. El sistema de economía global se alivia con la desaparición de las enormes masas de personas molestas…]

Somos un estorbo para esas élites porque, además, más temprano que tarde nos convertiremos en un peligro para todos ellos, es decir, para el propio sistema (es una constante histórica)… e intentarán por todos sus medios —y son muchos y poderosos— que nunca tomemos conciencia de dos cosas: de la injusticia intrínseca del tinglado que nos ningunea y de nuestro inmenso poder potencial.

Se ríen cuando nos expropian los derechos conquistados durante todo un siglo de luchas. Nos humillan cuando degradan nuestra condición de hombres libres con trabajos esclavos y precarios que nos convierten en lobos con los de nuestra misma clase. Nos observan, encantados de su poder, cuando peleamos entre nosotros por trabajos y salarios cada vez más insultantes…  Nos insultan y nos desafían cuando convierten nuestros Estados, cuya función fundamental sería amparar a la gente y procurar la igualdad de oportunidades, en canchas para hacer negocios y sálvese quien pueda.

Yo no sé quiénes deben decidir el número de habitantes que la Tierra puede permitirse para la supervivencia de la civilización (tampoco sé si lo merecemos) Seguro que ese número es función de numerosos factores que se me escapan. Pero creo no equivocarme si todo pasa por tomar conciencia de los límites del planeta y, sobre todo, por limitar la codicia de los que ya son inmensamente poderosos y su egoísmo les impide ver los peligros inminentes de un crecimiento (demográfico y económico) sin control… Ese número máximo de hombres sobre la Tierra también es función de una mínima dignidad repartida entre todos nosotros. Y ese es el problema, que el reparto de dignidad en el  planeta no es rentable para los poderosos.

Y esa tarea, como de costumbre —porque los poderosos nunca regalan nada—, habrá que hacerla a sangre, fuego y guillotina. Es la historia, amigo. Uno no inventa nada nuevo.


El 20 Diciembre 2015, en España, NO VOTARÉ a los que jueguen para este sistema de valores.