domingo, 19 de abril de 2015

Lo siento, pequeña

Un trozo de cinta de embalar fue su tumba. Quién iba a pensar eso, que dejar ese trozo sin rematar sería fatal para la pequeña.


Ayer murieron ahogados en mitad del Mediterráneo, camino de Italia, no sé cuantos cientos de personas que huían de África hacinadas en un pesquero. El otro día fueron las víctimas del avión del copiloto suicida. Más allá fueron los cien quemados vivos en Nigeria, o los niños destripados en Gaza, o los degollados por tales hordas o tales otras…

…y lo asumo sin pestañear. Cada día me trago mi condición de ser humano, dejo la empatía debajo de la alfombra y sigo viviendo angustiado, pero con las cosas cercanas. No más allá. Debe ser verdad lo que dicen los psiquiatras, que tenemos que ser inmunes a las barbaries siempre que ocurran en la distancia. Hemos evolucionado para eso, para sobrevivir a los males ajenos. La misericordia sólo es aplicable a lo cercano. No podríamos vivir soportando todas las culpas. Nuestro ego por delante, y tiene que ser así.

Pero esa pequeña salamanquesa… No sé. La imagino presa en el pegamento. Muriendo poco a poco, por mi culpa. Incomprensible el mundo para ella. Una agonía inútil. Desesperada y sola. ¿Cuántos intentos hizo para escapar? Todos fueron inútiles. Debería haber muerto con dignidad y rapidez, como mueren las salamanquesas, en el pico de una lechuza. Pero no, murió lentamente, minuto a minuto, apresada en una cinta de embalar… ¡Los dioses son unos cabrones! Pensaría la pobre en su último suspiro.

Lo hice sin pensar, pequeña. Sin pensar.

Estaba solo y me permití un sollozo…

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