martes, 30 de septiembre de 2014

Crónicas de un viaje al País Vasco: Espectros en el metro de Bilbao

Metro de Bilbao – Estación de Santutxu – Septiembre de 2014

En los túneles con olor a gasoil adoptan otra forma de entender la vida. Vuelven tan cansados que las pisadas no resuenan en las paredes tuneladas. Por un tiempo, mientras les falta el cielo nocturno, serán espectros que se desdibujan bajo la luz eléctrica. La ausencia de estrellas les oscurece el rostro, les extingue la sonrisa, les apaga la voz... 


Bajan a las profundidades serios y circunspectos. Siempre solitarios. Toman asiento, miran la pantalla y ya sueñan con salir de los túneles para recibir una ráfaga fresca y, al final del recorrido, un abrazo. Desde el otro lado de la vía no sabemos si son reales o son espejismos que se desvanecen cuando pasa el tren en sentido contrario…


Son espectros solitarios, sometidos a su propia disciplina repetitiva. Invisibles entre sí. Aislados aunque estén al alcance del brazo extendido. Tal vez más tarde se acerquen, y hasta se toquen, cuando atraviesen la puerta… pero siempre solos, ausentes.


Espectros que juegan a ser humanos… y a sentirse queridos por los pixeles de la pantalla. ¡Espejito, espejito: Dime quién es la más bella del reino de las profundidades!


Espectros que se cruzan en un instante irrepetible. ¡Oooh, si levantaran la mirada del suelo! ¿Quién sabe? Tal vez encontraran un ser humano que mira a los ojos, reconoce una cara amable y sonríe.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Gente sorprendente: Félix

Hace mucho que no sé de él, pero debe seguir siendo un gallego atípico… ¡siempre sabía adónde iba! Recuerdo que le gustaba sentarse encima de un murete de piedra, de esos que sirven para deslindar las tierras en ese país, y observar con unos prismáticos los pájaros que cruzaban por delante — ese es un tal, aquel un cuál — te iba diciendo. Y así pasaba las horas el tío.



Un día nos llevó a buscar endrinas a un bosque autóctono, de esos que deben estar llenos de meigas y fendetestas. Usamos un Land Rover para subir a un lugar cercano a Chandrexa de Queixa, en lo más profundo de Ourense. Era un bosque húmedo, intocado por manos humanas, una especie de reliquia botánica que no se sabe cómo se mantenía al margen de los fuegos que cada año carbonizaba buena parte de Galicia. Félix conocía muy bien esos caminos por su condición de capataz de una brigada contra incendios, y era su obligación trazar rutas para llegar a cualquier sitio. Nos comentó que los indicadores biológicos de ese lugar estaban perfectos, es decir, no sé qué musgos y no sé cual gusarapo aún vivían allí con una salud envidiable, y eso iba parejo al buen estado del bosque… Pues en lo más recóndito de ese bosque relicto, plagado de troncos centenarios, cubiertos de auténticos almohadones de musgo verde escarlata, allí en el sotobosque, crecían unas endrinas grandiosas. Fueron las primeras que veía en mi vida porque en el norte de África no se dan, que yo sepa. Y luego, en la cocina de su casa, preparamos las botellas de orujo casero con un buen poso de endrinas para que maceraran. Me duraron años las botellas que me regaló. Lo que se dice patxarán no le salió, la verdad, pero aquello entonaba y diluía la grasa del churrasco de vaca la mar de bien.

El asunto es que nos alojamos en su casa sin conocernos. A_Cooper, una amiga común, nos había puesto en contacto y él nos la ofreció desinteresadamente y sin ninguna condición. Pero justo el día que debíamos llegar tuvo que irse a no sé dónde. Entonces nos dejó las llaves en el único garito de comestibles que había en la aldea. Y así fue cómo entramos en la casa de un extraño que se fiaba de nosotros sin conocernos de nada. Por eso digo que Félix era atípico…

¿Qué dice la casa de un desconocido cuando husmeas en ella a hurtadillas? Vas leyendo los indicios… unas botas llenas de barro al lado de la puerta; un cayado rústico, sin rematar; un impermeable de hule, una pequeña biblioteca. ¡A ver! ¿Qué libros lee este tío? Libros de naturaleza, de pájaros, el Corazón de las Tinieblas, revistas de ecología en la mesita de noche. Una cocina con orden e higiene aceptables, pero sin pasarse. Un cuaderno de crucigramas en el retrete… se ve que se lo toma con calma. Pues así conocimos a Félix: en ausencia. Pero era mucho mejor persona de lo que leímos en esos indicios…

Al otro lado de la calle donde estaba su casa comenzaba un bosque espeso lleno de fragancias, con arbustos de acebo que llegaban a ser árboles. Mi compi tiene predilección por ese arbusto de hojas tan lustrosas… y Félix te iba explicando: esta baya no se come, esta sí; de esta corteza se saca una infusión que sirve para tal y cual; en ese tronco vive un búho… mira las egagrópilas que larga el tío. Tenía una forma de decir que jamás te sentías ignorante junto a él, al revés, te sentías un privilegiado por estar a su lado…

En ese viaje fue cuando entablamos conversación con un lugareño de la ribera del río Sil. Un señor, con botas de agua y paraguas ajado colgado del antebrazo, que había dedicado toda su vida a cultivar vides y a cuidar cuatro o cinco vacas. Y decía que él ya no entendía el mundo, que le pagaban por tener sus cuatro vacas y nada más. Simplemente por eso… pero tenía que tirar a la calle decenas de litros de leche cada día porque tenía prohibido venderla. Y eso hacía, formar un reguero de leche que se perdía calle abajo hasta que la tierra la embebía. Y nos contó que vino una prima de A Coruña a pasar una temporada con él, y que se horrorizó de ver ese despilfarro. Y muy dispuesta ella — decía el hombre —, se puso a labrar queso hasta que llenó de piezas todo el cobertizo. Y cuando ya no tuvo más espacio, empezó a tirar la leche… ahora ya sin remordimiento —apuntó—. Se llevó a la capital el coche lleno, pero ahí siguen los que quedaron, que a ver si un día los tiro porque ya no lo quieren ni los cerdos… Desde luego, hay cosas que no encajan bien en este sistema.

Cuando se acabó nuestro tiempo le regalé mi bastón tallado para que sustituyera el tosco cayado que usaba. Era el que estaba tallando en ese momento, una vara gruesa y recta de un chopo que creció en la Sierra de Cazorla. Había grabado cerca de la empuñadura una leyenda inspirada en las palabras del jefe Seattle: “La Tierra no nos pertenece, le pertenecemos”. Creo que a Félix le iba bien.

El día que nos marchamos de su casa había dejado encargada en la panadería del siguiente pueblo una empanada de carne y chorizo que nos duró tres días. Era un gallego atípico este Félix. Sí… de alguna forma conseguía que un joven arce creciendo en mitad de un macizo de acebos fuera la cosa más importante del mundo. Y así te hacía sentir a ti...

…hombres así no pueden faltarnos.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Desparramar el conocimiento por las plazas, con alevosía


Hoy existe en España una clara desconfianza hacia los poderes públicos. Llevamos años observando que en las encuestas del Centro Superior de Investigaciones Sociológicas el tercer problema más grave que perciben los españoles es su clase política. Y eso ocurre porque, entre otros flagrantes motivos, ya hemos comprendido perfectamente quienes nos gobiernan.
¿Gobiernan los que elegimos y ocupan los escaños o gobiernan los poderes financieros que aportan el dinero necesario?
Y la respuesta es clara. Nuestros políticos no pueden representar a sus votantes porque la praxis política siempre se subordina a los intereses del único valor que importa: el máximo beneficio del que presta el dinero. No hay otra ley en este nuevo paradigma en el que vivimos.

El enorme problema es que ese leitmotiv (máximo beneficio privado) entra en íntima contradicción con una sociedad justa y realmente democrática. Y si relacionamos esta situación con el respeto que debemos al patrimonio histórico de cada pueblo el resultado es muy inquietante. Si queremos que se respeten las raíces históricas de un pueblo —viejas edificaciones, archivos, yacimientos arqueológicos, paisajes, sitios históricos, bosques autóctonos, hábitat natural, etc. — no hay más remedio que colocar el patrimonio en la dirección de los intereses privados que acudan al negocio… porque capitales públicos ya no quedan y/o están a extinguir. Y si no es así, el patrimonio histórico se convierte en un lastre, es decir, en un parámetro prescindible en manos de un inversor privado que tiene como fin principal —en esta lógica— ganar dinero. Y en ese caso —si el patrimonio se convierte en un estorbo— el poder político y el financiero darán los pasos necesarios para que no se reconozca el valor patrimonial que van a destruir, para minimizar su importancia y, sobre todo, para que el osado que intente defenderlo sea tachado de lunático y antipatriota porque prefiere mantener en pie un puñado de piedras viejas, o la vida de unos pájaros de mierda, frente a un puñado de puestos de trabajo…

…puestos de trabajo, por cierto, que ahora son precarios y rayanos en lo esclavizante, simplemente porque ya quedan pocos derechos laborales.

Frente a esta amenaza —que todos los políticos niegan, por cierto, no conozco a ninguno que no sea defensor acérrimo de los valores patrimoniales de su pueblo— hay que desparramar el conocimiento hasta el nivel de las plazas, con alevosía. Hay que democratizar la sabiduría porque conocer el patrimonio de tu ciudad es el primer paso para respetarlo y para obligar a respetarlo. Luego deberemos buscar el amparo de la ley para evitar que los poderes de turno intervengan sobre el patrimonio con intereses extraños. Y en esta tarea divulgativa es obligación —es obligación y responsabilidad de esa legión de apasionados por el arte y la cultura— organizarse e implicarse en la gestión democrática del conocimiento. Hablo de esa cantidad historiadores, artistas, escritores, pensadores, docentes, investigadores en decenas de ramas del saber, que tienen la suerte de CONOCER y la pulsión de construir una sociedad mejor… ellos deberían ser los verdaderos asesores de tanto político sospechoso de una incultura supina. Hablo de la gente que surge de estos tiempos, la gente que se va a organizar y va a intervenir directamente, sin intermediarios, en la política.

La gestión del patrimonio cultural de un pueblo no es el cortijo privado de los políticos de turno, pertenece a la gente, y es  obligación de LOS QUE CONOCEN estar en esa gestión… no podemos dejar la política al albur de cualquiera. Tener votos es un valor indiscutible en democracia, pero no nos engañemos, no otorga conocimiento ni sabiduría, otorga un poder que a veces resulta excesivamente holgado para quien lo ejerce.

En San Fernando, la vieja Isla de León, hay gente de este tipo, gente que conoce y se organiza. Merecerá la pena observarla.

martes, 16 de septiembre de 2014

Crónicas de un viaje al País Vasco: Gastón y Katalintxu


Buena parte de la costa del País Vasco es agreste. Una punta sucede a otra en una linea litoral quebrada. A veces, los acantilados se abren a rías profundas que se remansan al fondo en playas arenosas. Y entre estas y las laderas de la montaña, se cobijan pequeños pueblos marineros.


Entre Zumaia, Deba y Mutriku la costa se hace espectacular. Los plegamientos tectónicos han colocado las capas de sedimentos horizontales de forma vertical. Pero no sólo eso, el mar las ha erosionado hasta formar una ‘rasa mareal’ accesible que parece una milhoja de capas pétreas. En bajamar es posible atravesar cien millones de años de estratos rocosos en unos cuantos pasos humanos, como si paseáramos sobre el gigantesco costillar de una ballena. Lo han llamado Geoparque, y constituye un atractivo turístico-científico digno de imitar.

Cerca de Deba, en un mirador desde el que se aprecian estas formaciones geológicas –Flysch las llaman-, conocimos la historia del triste amor entre Gastón y Katalintxu. Se relata en cuatro expositores de cerámica que permanecen impecables. Ningún gamberro ha roto una sola de las losetas, ni siquiera las han garabateado con un infame grafiti. Me avergüenza sorprenderme de esta normalidad porque, de donde vengo, estos expositores estarían sucios y destrozados… Desgraciadamente los valiosos conceptos de lo común y lo público no existen para muchos descerebrados.

Cuenta esta leyenda que en las playas de Deba apareció malherido un naufrago francés llamado Gastón, hijo de un malvado noble —además de eso, los franceses habían dejado tal estela de destrucción cuando se retiraron del País Vasco en 1813 que, en consecuencia, el odio que despertaban estaba a flor de piel—. Los pescadores del lugar estaban a punto de rematar al francés cuando apareció en la playa la hilandera de Deba, una viuda muy respetada en el pueblo, con su hija Katalintxu. Se apiadaron del joven y convencieron a la turbamulta para que respetaran su vida. Lo llevaron a su casa y lo cuidaron mientras sanaba de las heridas… y mientras tanto floreció un apasionado amor entre Gastón y Katalintxu. En estas estaban cuando apareció un enviado de la familia exigiendo a Gastón que regresara a su casa, so pena de ser desheredado y considerado traidor a Francia. Los jóvenes no tuvieron más remedio que separarse, pero se juraron amor eterno… Katalintxu enfermó de pena. Tan mal estaba la joven que la hilandera, temiendo por la vida de su hija, emprendió viaje a Francia, en busca de Gastón. Pero cuando llegaron conocieron la triste noticia… el joven había muerto en combate. La tristeza de Katalintxu fue tal que para cumplir su promesa de amor eterno, murió de pena días después… Y desde entonces la hilandera dedicó el resto de su vida a rezar ante la tumba de su hija mientras hilaba con una rueca. Y en la iglesia parroquial de Deba dicen que permanece la rueca…


Costa del País Vasco, entre Zumaia y Mutriku

No está mal visitar iglesias… aunque sea para buscar tristes ruecas. Visitar iglesias, mezquitas o sinagogas, también es una buena forma para comprender de lo que son capaces hombres poderosos en su afán de conquistar y mantener su poder. Pero puestos a elegir, uno prefiere dejar pasar el tiempo frente a estos otros monumentos naturales, que también nos empequeñecen y nos recuerdan lo humildes que debemos ser… pero esta vez de verdad.


domingo, 14 de septiembre de 2014

Crónicas de un viaje al País Vasco: Sensual Donostia

Tiene Donostia cierto aire decimonónico. Tal vez nos condiciona saber que la realeza y su corte de vividores veranearon aquí en otros tiempos... y porque, por esta costa, aún se ven casetas de lonas rayadas que recuerdan los diseños de aquella época. La copiloto y servidor paseamos durante un día por las avenidas de San Sebastián, por sus calles, sus playas y hasta por el monte Urgul. Ella, además de copiloto, también es una notable compañera de paseos...


Nos dimos un codazo nada más verlo. Estábamos delante una especie de colmado que vendía casi exclusivamente cuerdas, tapones de corcho  y cestas de esparto. Parecía salido directamente del siglo pasado. Eran tan sensuales las texturas y olores que emanaban de él, tan evocadora era la imagen, que pedí permiso al dueño para lanzar la fotografía.

— Bueno, mientras no se saques a mí —, me dijo. Y añadió que la tienda abrió en el año 1900 y ahí seguía, sobreviviendo a duras penas… aguantando el ataque de los bazares chinos, que colonizan sin glamour y sin amor todas las esquinas, como hacen las bacterias con la carne muerta...


Hay bicicletas en San Sebastián… tal vez no tantas como debiera. La presencia de ciclistas dulcifica la ciudad. El sillín estrecho y acariciador. Las rodillas de la chica que suben y bajan separándose sólo lo justo. El vestido volátil de verano que jamás se eleva como uno deseara. Lo infinitesimal que resulta el momento oportuno. La mirada que debe ser fugaz, discreta y furtiva. Pocas cosas hay tan sensuales como una chica paseando en bicicleta…


Una lengua de rocas separa las playas de la Concha y Ondarreta. Mi copiloto tiene un viejo antepasado originario de este lugar. Debió ser un arrantxale que varaba su barca cada anochecer en esta playa. Hoy una veterana sirena se deja acariciar íntegramente por la brisa y el sol. Una mujer desnuda es un alarido de libertad en estos tiempos de retroceso... es una bofetada a los integrismos, a los liberticidas, a los macarras de la moral. En otro tiempo la quemarían por tentar a los hombres, como Satanás. Hoy, y en otros lugares, lapidarían a la veterana sirena. Fotografiarla y admirar su voluntad quiere ser mi homenaje a la mujer libre, dueña de su belleza, de su mente y de su cuerpo.


Paseaba sola, soñadora. Y sonreía. No debería sorprendernos que la gente feliz sonría por la calle. Al principio pensé que estaba hablando por el móvil, pero no le colgaba ningún pinganillo de la oreja. No hablaba con nadie, simplemente mantenía un silencioso soliloquio. Posiblemente recordaba algo que la hacía muy feliz. Tan feliz que no podía reprimir la sonrisa. Seguro que alguien la ama con fuerza. Se apoyó en el pretil de la playa de Ondarreta y, sin saberlo, posó para mí.


Chillida ilustra el extremo de Ondarreta con el ‘Peine de los Vientos’. Oteiza, el otro artista donostiarra, lo cierra al pie del monte Urgul con su ‘Construcción vacía’. La rubia de pelo recogido recibe una brisa laminada a través del peine de acero. Posa frente al monstruo retorcido pidiendo su consejo... Jhon Waine le diría: “Un dólar por tus pensamientos, pequeña”. Nunca sabrá que le robé esta foto.


En las estribaciones del monte Urgul, el que cierra uno de los extremos de Donostia. ¡Oooh, el amor! El amor lo mueve todo. Y la envidia, ¡qué mala es la envidia!


En septiembre de 2014 ocurrió un instante irrepetible junto a las esculturas férreas de Chillida. Pasarán eones y nunca se repetirá este momento. Es tan único y tan valioso que no podemos perderlo. Más que erotismo y sensualidad hay un retazo primaveral apasionante. Es una imagen que cautiva por la belleza del conjunto... La luz tibia, el cuerpo joven, las texturas y lo prohibido. Los hombres somos capaces de percibir belleza en la simetría y en lo asimétrico, en lo cotidiano y en lo inusual, en lo eterno y en lo efímero... Y también, y fundamentalmente, reconocemos la belleza en lo sensual, en lo erótico y en lo pasional. No hay belleza sin emoción. Y sin emoción no hay hombres honestos.

La foto la la chica en bicicleta no es mía, pero ilustra perfectamente las sensaciones

viernes, 12 de septiembre de 2014

Crónicas de un viaje al País Vasco: Casa Troya

Las fronteras son inventos artificiales. No hay diferencia entre Burgos y Álava. La misma sequedad, el mismo tipo de construcciones, la gradación del paisaje es inexistente al principio… Mi copiloto y servidor recordamos entonces la gracia que nos hizo el arrantxale de la película ‘Ocho Apellidos Vascos’ cuando decía que la gente del sur era muy rara… ¡¡pero se refería a los de Álava, no a los andaluces!!

Las fronteras no son físicas aquí, son culturales, pero incluso estas se van gradando suavemente… Pasa lo mismo con los acentos. En el monte Urgul de San Sebastián coincidimos con una familia que resulto ser de Almería, y se lo dije al hombre, que a pesar de ser andaluces, tenían un acento más parecido al murciano que al sevillano.

Pues sí, me parece que las fronteras son inventos antropológicos permeables y la cultura se desparrama a un lado y otro en un gradiente evidente. Recuerdo que me apasionaba estudiar los fenómenos que ocurren en la interfase física, ese espacio rarísimo donde se mueven los iones entre una disolución y otra… Entre los hombres, sus acentos y su cultura, ocurren intercambios similares.

Luego, cuando el país se fue transformando en bosques, campos de maíz y casas de piedra con macizos de hortensias, a la copiloto le parecía que estábamos en su Galicia del alma... pero sin eucaliptos. Y, finalmente, después de doce horas de viaje, al sur de Donostia, entre Usúrbil y Lasarte, a través de un camino intrincado, entre colinas boscosas, prados y ovejas, se llega a la Casa Troya. Nos recibió Imanol, un joven vasco enamorado de su tierra, y un macizo de passiflora en plena explosión floral…


…dicen que los primeros misioneros que las vieron en América interpretaron que tenía los elementos de la pasión de Cristo: una corona de espinas, tres clavos y cinco no_sé_qué. De ahí el nombre: flor de la pasión. Es realmente una evolución espléndida.

Cuenta Imanol –Miren, Imanol y la madre de ambos, llevan la Casa Rural Troya- que no saben el origen del nombre. Que han rastreado su historia hasta 1542. Cuenta también que hasta 1997 la casa estaba más abajo, cerca del cauce del río Oria, que normalmente es una mierda de río… pero ese año hubo tal crecida que tuvieron que escapar rompiendo el tejado. Salvaron la vida de milagro. La vieja casa quedó arruinada y la abandonaron durante unos años. Entonces la desmontaron viga a viga, las numeraron, como si fuera el templo de Abú Simbel, y la trasladaron colina arriba, hasta un prado a salvo de nuevas crecidas… Cada viga es un viejo roble de quinientos años de antigüedad y ahí siguen, resanadas y rejuvenecidas, soportando el tiempo y la admiración de sus visitantes… No sólo es admirable el tiempo que atesora esa estructura, la gente que la gestiona también lo es.


No sé… parece que el tiempo tiene eso, que proporciona valor a las cosas y sabiduría a los pueblos que saben sobrevivir, como el vasco.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

Crónicas de un viaje al País Vasco: De Sur a Norte sin escalas

Para los que hemos nacido al sur del sur, las miradas siempre buscan el norte. Recuerdo que en el norte estaba Europa, y Europa tenía la forma cónica de Gibraltar. Pero nos separada un brazo de mar estrecho, plomizo y profundo. Recuerdo que en el norte veíamos el futuro, las aspiraciones y las ansias de escapar. Los de Ceuta, cuando soñamos, siempre miramos al norte…

Así amanecía en la Bahía de Cádiz cuando iniciamos el viaje al Norte

…esta vez fue mi copiloto la que propuso viajar al norte, al País Vasco. Recuerdo que nos lo enseñaron de otra forma, entonces se llamaban provincias vascongadas y eran raras porque la provincia y la capital de provincia no coincidían. Álava capital Vitoria, Guipúzcoa capital San Sebastián y Vizcaya capital Bilbao. Un país ubérrimo en palabras de mi amigo Juan Ramón… nunca he olvidado la descripción que me hizo hace unos años: dijo que era ubérrimo, y remarcó la palabra. Es decir, un país fértil y de abundante vegetación. Y a fuer de funestos episodios, hemos ido conociendo el nombre de muchos de sus lugares. Precisamente por culpa de eso, del terrorismo de ETA, la copiloto y servidor lo habíamos ido dejando de lado.

Atravesar la península Ibérica de sur a norte, en una jornada, y sin escalas, no permite circular por carreteras pequeñas. A principios de septiembre el verano lo ha agostado todo hasta bien entrado el norte, y convierte el paisaje en algo pausado y monótono, como la conversación. Y así las provincias van quedando atrás, Cádiz, Sevilla, Badajoz…  

Los emeritenses tienen un pantano que se llama Embalse de Proserpina, y lo valoran porque se bañan en sus playas. La copiloto me cuenta entonces el mito de Proserpina… no tenemos nada mejor que hacer. La copiloto sabe mucho de mitología porque es muy lista y de jovencita hizo un trabajo sobre el asunto. Y se conoce las incestuosas sagas familiares de los dioses del Olimpo… Proserpina, me dice, era hija de los hermanos Ceres y Júpiter, y fue raptada por su tío, Plutón, para hacerla su mujer y llevarla al Hades, el inframundo clásico. Entonces, su madre, diosa de los cereales y la Tierra, se entristeció y bajó del Olimpo para buscarla por todos los rincones de la tierra. Y como no la encontrara, detuvo el crecimiento de las plantas, y se agostaron y nada crecía por la tristeza de Ceres. Preocupado por la situación, Júpiter ordenó a Mercurio buscarla en el inframundo. Plutón aceptó dejar volver a Proserpina con su madre, pero le obligó a comer seis semillas de granada, que era el símbolo de la fidelidad. De esa forma se aseguró que seis meses al año permanecería en el inframundo… el tiempo que tierra permanece triste y estéril. Y los otros seis meses, cuando Proserpina viviera con Ceres, el mundo florecería y crecerían las cosechas. Sí... además de guiarme y marcar las rutas, la copiloto tiene esas cosas, que me cuenta cuentos… y yo me dejo, sobre todo en la cama.

Llegando a Cáceres aparecen islas de granito flotando sobre mares de hierba seca. Entre Cañaveral y Plasencia, en mitad de la nada, hay estructuras metálicas abandonadas y coloreadas sin ton ni son, como obras de arte. No averiguo si es arte, pero son un regalo a la vista entre tanta sequedad. En Radio Nacional de España, la única emisora que entra, un economista de la ortodoxia paleoliberal desgrana las bondades de las reformas económicas emprendidas por el gobierno del PP, la necesidad de impulsar nuevas reformas ahora que las cosas empiezan a ir bien -para unos pocos, añado-, y habla abiertamente de la necesidad de dar libertad total a los mercados para que las cosas fluyan como Dios manda… Entonces lanzo una tosca blasfemia en voz alta, pero el rumor del motor diesel la amortigua y no me siento mejor. Blasfemar en un coche a 120 km/h no alivia, frustra. Un toro de Osborne vigila desde un otero a un rebajo de ovejas que ramonea en una dehesa reseca. Aparecen pinos en el Puerto de Béjar, se ve que ya estamos en Castilla la Vieja. Y en un oasis, entre Plasencia y Salamanca, paramos a estirar los pies y comer un poco…

…varias familias de musulmanes hacen lo mismo. Comen. Pero ellos se han sentado en la acera, a la sombra, con las piernas estiradas. Las mujeres, con sus velos bien colocados, despliegan las viandas. Los hombres miran indolentes. Los niños juegan por los alrededores. Algunos hombres, los más jóvenes lucen orgullosas barbas y pantalones como zaragüelles. Es su identidad y la muestran, ¿por qué no? Le comento a la copiloto que no hace mucho, un líder del Estado Islámico –esos que cortan cabezas y las exhiben- decía que pronto atacarían Occidente… ¿Cómo crees tú que atacarán occidente? Le pregunto a la copiloto ¿Con un ejército? ¿Desembarcando y tomando una cabeza de playa? No, amiga. Esta es otra guerra. Los yihadistas quieren morir y los occidentales no. Es una diferencia que nos hace muy débiles. ¿Ves a ese que va a mear, el de la barba y los pantalones cagados? Imagina que cuando entre en este comedor, saca un machete afilado y se pone a dar machetazos y a cortar cabezas, una detrás de otra. Esto saldría en todas las noticias del mundo y al instante convertiría a todo musulmán emigrado en un potencial terrorista. Y nos daríamos cuenta que tenemos un ejército compuesto por miles de valientes guerreros, cada uno de ellos capaz de todo, disperso entre nosotros. Y pasaría lo mismo que pasó con los japoneses en Estados Unidos después de Pearl Harbour, que entraríamos en pánico y todo barbudo quedará condenado a la sospecha…

El chaval con pinta de yihadista simplemente largó su meada en el servicio de caballeros, haría sus abluciones y luego, a la sombra de la caseta del generador de emergencia, dispuso su alfombra hacia el este, se arrodilló y lanzó la segunda o tercera  de las cinco oraciones de la jornada. Luego hicieron lo mismo tres compañeros más… Pero el machete no lo sacaron, la verdad.