martes, 15 de julio de 2014

Patatas israelíes habiendo las de Sanlucar

El genocidio que Israel comete en Palestina no deja indiferente a nadie. A raíz de lo que está pasando en Palestina y Gaza, un conocido paisano mío de Ceuta, miembro de la comunidad hebrea, ha publicado en twitter que se siente más orgulloso que nunca de ser judío… y esto lo podemos leer al lado de las imágenes sangrientas de niños, mujeres y ancianos palestinos masacrados, encerrados en una ratonera de la que no pueden escapar. Son imágenes de una carnicería que, para mayor horror y vergüenza de la especie humana, se lleva a cabo a la luz del día y con el silencio cómplice de los gobiernos del mundo, los occidentales y los propios árabes. Debe ser verdad lo que dicen, que los amos del mundo son judíos… porque si no es así no se entiende la cobardía del resto de los gobiernos.

Al otro lado del judío que se siente más orgulloso que nunca de serlo, algunos paisanos míos de Ceuta, de origen musulmán, quieren que los ceutíes boicoteen los comercios de judíos en la ciudad. Y para ello piden que se publique una relación de esos comercios, que son muchos y añejos. Porque, se supone, que todo judío aporta dinero al sionismo internacional. Me parece, por obvias razones, una peligrosísima situación que ya ha experimentado la historia y que no deberíamos repetir. Simplemente porque puede ser que todos los judíos de Ceuta se sientan horrorizados por el genocidio que los sionistas cometen en Palestina.
Hay otros españoles musulmanes que sólo piden boicotear las empresas abiertamente colaboradoras con el Estado de Israel… que son muchas y variadas. Esto me parece algo mejor. Casi todos tenemos algún cuñado españolista que no bebe cava porque es catalán, ¿no? Pues casi lo mismo…
San Fernando. Isla de León. 15 de julio de 2014.
En Mercadona de Pery Junquera me topo con patatas nuevas a 0’89€ el kilo. Las del supermercado MAS están a 0’79€ y son de Sanlúcar de Barrameda… además, desgraciadamente las de Mercadona son de Israel.
¡Quién sabe!Lo mismo son patatas cultivadas en tierras de palestinos que fueron expulsados por tropas israelíes. A lo peor la casa de sus ancestrales abuelos fue derribada y allanada por los bulldozers sionistas y reconvertidas en terrenos de labor, amurallados y defendidos por colonos judíos venidos de Rusia. Patatas regadas con el agua que le niegan a los palestinos presos de Gaza… Patatas cultivadas sobre la sangre, sobre la injusticia y sobre el terror de los más débiles. ¡Quién sabe!
El único respeto que me merece ese supermercado se debe a los cajeros, reponedores y demás empleados… Ya sé que argumentos parecidos a estos se pueden exponer para boicotear múltiples establecimientos… pero, de momento, las patatas israelíes de Mercadona que se las coma otro. ¡Ni con omeprazol entran!

lunes, 14 de julio de 2014

Pero qué mierda es esta

Últimamente he conocido a gente extraordinaria. Son jóvenes universitarios, con chispa, con tiempo por delante y, a pesar de su buena preparación, una vida profesional muy incierta. Deambulan por ahí, con las manos atadas y sumando experiencias para buscarse un hueco en la vida.
Alfonso es un biólogo de 27 años. Tania es psicóloga de 26, con un máster en primatología. Cuando les conocí trabajaban como voluntarios en un centro de acogida de primates maltratados a cambio de cama y comida (la cena estaba excluida) Cinco días cada semana durante siete meses. Comenzaban su jornada laboral a las ocho de la mañana. Hacían un par de pausas y finalizaban a las siete de la tarde.
Se supone que de esa forma los voluntarios adquieren experiencia y un certificado que engrosa el currículo profesional de cada uno de ellos… pero, claro, ¿quién coño va a contratar a jóvenes universitarios habiendo voluntarios que hacen lo mismo por cama y comida?
…sin embargo, el colmo de la indignación estaba por llegar.
Las primeras noches de verano fueron extraordinarias en el pueblo. Como podían ser mis hijos, y como sabía que no tenían un puto euro, les invité a las copas y a las tapas. Y en la charla me contaron sus planes para el siguiente año. Porque, la verdad, nuestros jóvenes no pueden hacer planes para más tiempo. La mierda de sistema que nos han impuesto los mercados financieros no permite que nuestros jóvenes tengan un futuro lejano… ni apenas presente.
Tania y Alfonso estaban realmente dichosos porque al cabo de pocos días se marcharían al Parque Nacional de Tai, en la selva húmeda de Costa de Marfil, a observar chimpancés en libertad. Trabajarían para el Departamento de Primatología del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, la máxima autoridad mundial en comportamiento de primates. ¡Madre mía, qué gozada! Es el sueño de cualquier biólogo y primatóloga. Un año en la selva húmeda de Costa de Marfil observando chimpancés a cinco metros. Con la prohibición de comer cualquier fruta silvestre selvática porque podrían contraer ántrax o ébola. Separados entre ellos por doscientos treinta kilómetros de selva en línea recta y con la posibilidad de comunicarse con el exterior del campamento cada tres días… Se marcharán a trabajar a la quinta puñeta y nuestro gobierno hinchará el pecho diciendo que tenemos menos parados. ¿Y todo eso a cambio de qué?
Fácil. No serían contratados, ni becados. Serían voluntarios muy bien preparados en el sistema universitario español, que han pasado un riguroso proceso de selección y aceptado explícitamente miles de condiciones para descargar de responsabilidad al “empleador”. Y si aguantan un año en esas condiciones, sin enfermar ni morir en el intento, les devolverán el dinero que sus padres hayan gastado en el viaje desde España hasta Costa de Marfil. Sólo eso. Así de miserables son. Lo puedes releer para asegurar que es real lo que has leído.
O sea, para esta gente, el trabajo de Tania y Alfonso, su tiempo vital, sus conocimientos y su entusiasmo, es una mercancía tan insignificante que no merece ni la calderilla de sus bolsillos. Se aprovechan del altruismo de estos jóvenes científicos para beneficio del que firme los artículos y tesis doctorales. Y esta vileza ocurre hoy día en la “civilizada” Europa —no hace falta irse a China o a Bangla Desh— camuflada como programas de voluntariado, cuando en realidad es una infame forma de explotación que se fundamenta en la falta de oportunidades laborales. Esta indecencia la tenemos aquí, la cometen contra nuestros jóvenes, delante de nuestros ojos. Ocurre abiertamente, a la luz del día y con el mayor de los descaros. Ocurre como algo normal, aceptado y cotidiano… y nadie se avergüenza de asumirlo. Son las putas leyes del libre mercado, y punto. ¿Para qué contratar a personas cuando hay otras que pagan por hacer el mismo trabajo? ¿Qué creíamos, que esta gente tenía alma? ¿Que esta gente valora el altruismo y la solidaridad de los demás? En absoluto, esta gente busca beneficios y productividad al precio que sea, y si hay que exterminar la dignidad de la gente, se hace.
Dejad que lo diga de otra forma: como en cualquier institución de un sistema neoliberal, en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, la máxima autoridad mundial en comportamiento de primates, aunque se ajusten rigurosamente a la legalidad del sistema, actúan con menos empatía que el peor de los psicópatas. Todo muy propio del sistema capitalista que nos han impuesto por encima de nuestra voluntad.
¿Callamos y agachamos la cabeza o nos plantamos?
PODEMOS –deberíamos poder- cambiar el mundo. ¿Qué coño hay que hacer para empezar?



martes, 8 de julio de 2014

Una bandera secuestrada

No me gustan las banderas. Supongo que deberían gustarme, pero no me gustan. Seguramente porque sirven para diferenciar a una gente de otra. No estoy seguro de la razón… Ni siquiera me gustaron cuando España ganaba mundiales de futbol. Me da repelús observar a los paisanos de cualquier lugar enfundados en sus respectivas banderas como si eso les hiciera mejores personas o merecedores de más felicidad. Como si ser brasileño, canadiense o catalán fuera condición suficiente para tener más derechos que otros. Pareciera que a la condición de ser humano se le sumara un plus por el hecho de usar una bandera y pertenecer a un partido, tribu, país, nación o llámese como se quiera.
De todos modos, supongo que identificarse con una bandera es algo consustancial con el primate que somos. Que necesitamos pertenecer a una tribu y demostrarlo cuando hay motivos para defenderse, para atacar, para estar alegres o tristes… Y ya está. Para qué darle más vueltas.
Corpus en la Isla de León
No hace mucho encontré esta imagen en el Corpus de San Fernando. Un altar católico flanqueado por dos banderas nacionales españolas… No es nada extraño. Es algo tradicional. Estamos viendo la sincronía perfecta entre Iglesia y Estado desde que éramos pequeños. Y también estamos viendo que esa ocurrencia constitucional llamada “estado aconfesional” no sirve para cambiar los usos y costumbres largamente aprendidos. Ahí lo tenemos… la foto lo plasma muy bien: Una religión, un estado. El sueño de los Reyes Católicos. Sólo que ya deberíamos estar en el siglo XXI.

Se lo dije a mi compi. Le dije:
— Niña, ¿te imaginas que las banderas fuesen republicanas? ¡A qué no pega!
No sé… me parece que la iglesia debería usar sus símbolos y sus lábaros, que tienen muchos, y dejar la bandera nacional para los actos de estado.
Recuerdo que en la transición de la dictadura de Franco a la democracia del 78 aparecieron numerosas banderas. Cada partido enarbolaba la suya con orgullo. Los comunistas, los socialistas del PSOE y los de Tierno Galvan, los andalucistas (que entonces también decían ser socialistas) Incluso Alianza Popular tenía bandera propia, aquella de las gaviotas volando que ya apenas usan. Y cada partido enarbolaba la suya en sus mítines porque era preciso conformar una identidad propia después de décadas de represión.
Suponíamos que la enseña nacional era de todos y, por tanto, no era pertinente usarla en actos de partido que buscaban precisamente forjar una identidad propia… Sólo los fascistas siguieron usando la rojigualda con el aguilucho como algo suyo. Y ese fue el problema…
porque poco después Alianza Popular mutó a Partido Popular y fagocitó a los fascistas, a la extrema derecha, a conservadores y a todas las familias ideológicas de la dictadura. Olvidó la bandera de las gaviotas y monopolizó la bandera rojigualda. El hecho de sustituir el aguilucho por el escudo de Juan Carlos significó poco. Y eso ocurrió con el beneplácito y la desidia de todos los partidos políticos.
Sí… creo que todos fuimos culpables de eso. Culpables de que hoy, muchos o pocos, percibamos que la bandera nacional es un símbolo exclusivo de la derecha española.
Tal vez por eso no me guste, porque debería representarme, pero no siento que lo haga.



domingo, 6 de julio de 2014

La violencia ilegítima


He pasado mi vida profesional analizando la estabilidad química de las pólvoras. Y eso se hace para que las balas maten, hieran o asusten como Dios manda. Es decir, para que nuestros soldados, marinos y cuerpos de seguridad supieran que al apretar el gatillo de su arma la bala saldría bien impulsada hacia el objetivo. Simplemente era el trabajo que encontré y lo hice lo mejor que pude. Al principio no me cuestioné la necesidad de justificar éticamente esta actividad. Algunos compañeros jamás lo hicieron, pero otros hemos tenido que buscar o inventar una justificación para tranquilizar la conciencia… y para que el sueldo no se convirtiera en el pago por una actividad inconfesable.

Y la encontré. Mi trabajo estaba justificado porque era parte del entramado de la violencia legítima que ejerce el estado, la única violencia que autorizamos los ciudadanos organizados en torno a nuestra voluntad popular. Cuando un estado se organiza democráticamente, las leyes y los mandatos que emanan de nosotros mismos son nuestros, y son aceptables porque no surgen de opresores ni se aplican a oprimidos. Simplemente los ciudadanos renunciamos a la violencia individual y cedemos el uso de la misma a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, profesionales de la cosa. Es una violencia justificada, legítima, adecuada y amparada por leyes democráticas. Ni mayor ni menor de la necesaria para que el pueblo se proteja de la ilegalidad que hemos establecido soberanamente nosotros mismos. Analizar la estabilidad química de las pólvoras se entroncaba en ese contexto de violencia legítima. Conciencia tranquilizada.

El problema surge cuando los valores democráticos —que amparan y legitiman la violencia de estado— se corrompen hasta el punto de que el gobierno de turno se transforma en una franquicia de poderes ajenos a la voluntad popular. Poderes que utilizan aviesamente a las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado para auto protegerse y reprimir la protesta de la gente que busca recuperar su democracia real.

Ese es el problema, que los ciudadanos empezamos a percibir que la policía obedece ciegamente seguramente como debería ser— directrices políticas de un gobierno que parecen los mamporreros de un poder que no representa a la gente. Es decir, que las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado son utilizados ideológicamente para asustar y reprimir cualquier tipo de protesta contra esta falsa democracia que nos ha impuesto el poder financiero.

Tengo amigos policías. Y sobrinos, primos y cuñados que lo son o lo intentan… y no me gustaría estar en su pellejo cuando les ordenen reprimir las protestas de gente desesperada. Protestas plenamente justificadas porque este gobierno extermina derechos, miente a la gente y aplasta la dignidad sin pestañear, y ante eso hay que protestar obligatoriamente. Son protestas ruidosas pero pacíficas. Y conste que no me refiero a los criminales que aprovechan las manifestaciones de gente decente para delinquir y crear terror. A los delincuentes hay que aplicarles la ley, pero a los que disienten de las políticas del gobierno —que no son criminales, son ciudadanos ejerciendo su obligación no se les puede reprimir como vemos cada vez con más frecuencia en un intento miserable de silenciar la protesta.

Si conocemos hechos como el de Francesca Mercé aunque últimamente se multiplican hechos como esteuna estudiante de 18 años, imputada tras una falsa denuncia policial por desorden público, por el que puede ir a prisión entre dos y cuatro años (Info-1Info-2Vídeo que pone en evidencia la falacia policial), no podemos permanecer neutrales. Eso nos convertiría en cómplices. Si la policía miente, y se aprovecha de la presunción de veracidad que se le otorga frente a cualquier ciudadano, hay que denunciarlo como podamos porque es muy grave. Hoy las redes sociales lo permiten y, afortunadamente, pocas cosas quedan ocultas. Ya sabemos que la inmensa mayoría de policías son buenos policías, hombres y mujeres de uniforme que arriesgan y hasta dan la vida en defensa del ciudadano… Pero justamente por respeto a estos hay que denunciar a los criminales y al corporativismo policial que los encubre. No podemos ser cómplices, con nuestro silencio, de los abusos policiales.