jueves, 27 de junio de 2013

El viajero solitario: Adán y Eva atraviesan la playa

Llevo años sin decidir si me gusta lo que le han hecho a la vieja Torre del cabo de Gracia (construida en tiempos de Felipe II para vigilar la llegada de piratas moriscos) Que, para reconvertirla en el Faro Camarinal, le han endosado unas escaleras “cantosas a más no poder”. La verdad es que esa cosa no añade veracidad a una antigua Torre Almenara… Y, sin embargo, no deja de atraerme esa mezcla de sabores arquitectónicos.



Torre-Faro de Camarinal, al sur de Zahara de los Atunes
El día de San Juan sopla un levante endiablado y el aire ulula a través de las escaleras del faro que parece una noche de brujas. No sé si el Peine del Viento —me refiero a lo de Chillida en Donosti— suena así alguna vez… pero esto de Camarinal es una sinfonía natural. Seguro que al arquitecto que diseñó esta solución ni se le ocurrió que pasaría con las levanteras. Y con esa música de tubo y viento el viajero solitario mira a derecha e izquierda…


Playa de los alemanes. Entre Punta de Plata y Camarinal. Al fondo, Barbate, su acantilado y su pinar.
He dejado atrás el Cabo de Plata, con su búnker de dos plantas en la punta. Y he recorrido la playa de los Alemanes que está solitaria a estas horas… le viene el nombre de antaño, de cuando los únicos vecinos del lugar eran exiliados nazis que recalaron en este paraíso reservado y discreto. Hoy sigue siendo un lugar exclusivo, salpicada la loma de casas lujosas y vacías… y uno se plantea la indecencia que supone el pésimo reparto de la riqueza en el mundo. El viajero quiere escapar conscientemente de la lógica neoliberal que supone normal y deseable acaparar toda la riqueza posible. ¡Algo falla en este sistema, Arturito! Algo falla…


La inaccesible Cala del Cañuelo, al sur de Punta Camarinal
Pero mirar hacia el otro lado, al sur, supone olvidar las reflexiones y hasta el levante se convierte en una brisa cuando se descubre esto…
…por la cala del Cañuelo pasean Adan y Eva cogidos de la mano. Desde el faro Camarinal, el viajero se siente intruso y no quiere molestar. Por eso deja que la pareja llegue hasta las rocas y sólo entonces comienza a bajar los riscos para conquistar la arena. No hay otro camino para llegar a esta cala…
Adan y Eva han okupado un viejo búnker que sobrevive en una esquina de la playa, casi debajo del faro. Han dejado sus huellas en la arena húmeda, y trazan la playa de un extremo a otro, pero me parece insolente seguirlas. Así que, como a veces el levante se enfurece y hace que los granos de arena se claven como alfileres, me apresuro para alcanzar el espeso pinar que tapiza la loma.


Punta Camarinal desde el otro extremo de la cala del Cañuelo
El problema es que unas alambradas militares llegan hasta el borde del acantilado de arenisca y obligan al viajero a bajar por la ladera escarpada para seguir costeando. Los militares y los monjes tienen la misma sana manía, que levantan sus cuarteles y sus monasterios en los mejores sitios…


En las laderas del acantilado crecen sabinas, enebros marinos y jaras del diablo… pero se hace muy abrupto y no soporta veredas. El viajero no puede proseguir, un mal paso y a ver cómo sale de ahí.

No, la Gran Duna de Bolonia no se puede alcanzar desde aquí… 

No sé…

Ya sabemos que la vuelta es parte del viaje. Es la mitad del camino. Que debería ser tan excitante como la ida… pero esta vez el viajero vuelve derrotado.


lunes, 24 de junio de 2013

El viajero solitario: Un bebé de siete kilos

Está tan enrabietado el levante que tumba los cañaverales de la carretera. El viajero pretende hoy conquistar el Faro de Punta Camarinal —Zahara de los Atunes—, que fuera en su momento la torre almenara que se comunicaba visualmente con la del Tajo, en el acantilado de Barbate. Luego, bajando hacia el sur, el viajero quiere atravesar la playa del Cañuelo, una cala de arenas amarillas y extremos rocosos, sin accesos civilizados; subir por el pinar bordeando unas instalaciones militares y alcanzar la flecha final de la Gran Duna de Bolonia… Pero no creo que con un levante así pueda llegar muy lejos. Veremos.

Rocas de Atlanterra, Zahara de los Atunes
He dejado atrás Vejer de la Frontera, el pueblo blanco de las ‘cobijadas’ negras. Eran estas ‘cobijadas’ mujeres enfundadas en un traje negro que recuerda mucho al burka, pero el velo sólo dejaba ver el ojo izquierdo. Sin duda un uso de tradición árabe andalusí. Vejer es un precioso pueblo lleno de flores y rincones, encerrado en sus murallas, que se eleva encima de un risco abrupto. Abajo, junto al río Barbate, en un lugar llamado ‘La Barca de Vejer’, ponen unos bocadillos de lomo de cerdo en manteca colorá que hay que probar al menos una vez en la vida, talmente como hay que ir a la Meca si fueras musulmán. Pues eso.
En Barbate una señora hace autoestop. Sí, voy a Zahara, suba usted, señora. Tiene 65 años y no se cree que yo tenga 60. No es que no haya médico en Barbate, lo que pasa es que con el de Zahara de los Atunes tiene más confianza y eso hace mucho, ya se sabe. Hoy es que tiene el azúcar un poquillo alto y últimamente está que se le sube y se le baja, y se lo quiere contar al médico…
— Yo tengo azúcar desde los 30 años —me cuenta—. Desde que nació mi niña, que nació con siete kilos…
— No me diga usted eso. ¡Con siete kilos nació su hija! Supongo que le harían una cesárea…
— ¡Qué va! Nada. Parto natural… y desde entonces estoy yo con el azúcar que si esto, que si lo otro.
Es viuda la señora autoestopista. Su marido era zahareño, por eso se afincó en la pedanía de Barbate, al otro lado del río Cachón. Un río que se enfada cuando llueve mucho, la marea está alta y llega mar de fondo, entonces se enfada y la lía. Muchos dicen que lo del cachondeo viene del ahí, del río Cachón… pero a servidor le parece que no. La señora no opina sobre este asunto.
Y hace tres años que se le murió un hijo con 47. Aún se emociona mientras me cuenta lo bueno que era para ella, lo que la cuidaba, y la de gente que fue a su entierro, que no se podía pasar por el pueblo porque todo el mundo le quería…
¡Ea! Y ahí se nos atragantó la garganta a los dos, cada uno con su hijo atravesado en el corazón. Joder, joder con las emociones…


domingo, 16 de junio de 2013

El viajero solitario: Desnudarse es un alarido de libertad

Cuando termina el camino costero de El Palmar comienza un paraíso… Así de sencillo.


Playa de Castilnovo, entre El Palmar y Conil de la Frontera

Hemos dejado atrás la playa de El Palmar, en el término municipal de Conil de la Frontera, con su Torre Nueva a pie de carretera, que es la almenara que se comunicaba directamente con la de Trafalgar. De planta redonda, construida en el siglo XVII ajustada a un modelo de 1616. Pero es tan accesible que los grafiteros la han maltratado sin piedad. No me gusta que las torres almenaras sean tan fáciles de conquistar… pierden su encanto.


Torre Nueva, la almenara de la playa de El Palmar

Por eso el viajero solitario continúa bordeando la costa hasta que, junto al arroyo Conilete, se extingue el camino. En ese punto termina la playa de El Palmar y comienza la de Castilnovo. El riachuelo no llega a desembocar en el mar, se agota en la arena, y justo ahí comienza un océano de pequeñas dunas semicubiertas de barrón y juncos. A un lado, la orilla dorada. Paralelo a la costa, como a quinientos metros del agua, terrenos de labor… y al norte, al final de la inmensa playa desierta, Conil de la Frontera. El único hito que altera el horizonte es el objetivo del viajero: la torre almenara de Castilnovo. Todo lo que se ve es así de elemental, sencillo. Lo complejo se aleja siempre de lo paradisíaco.


Torre almenara de Castilnovo. Conil al fondo.

El viajero solitario dice lo que José Luis Sampedro, que lo elemental es lo más valioso… y piensa eso porque justamente ahí, donde el riachuelo Conilete divide las playas, los constructores querían alzar un enorme complejo hotelero. Posiblemente porque los inversores sólo miran por el bien del negocio, y piensan que los hoteles deben ocupar los paraísos para ser más rentables… No importa destruir la belleza que sean menester, la necesidad del negocio, y el chantaje de la creación de puestos de trabajo, justifica el insignificante problema de extinguir la belleza de un lugar.

Pero en los paraísos no caben hoteles, ni playas acotadas, ni parcelas llenas de tumbonas y sombrillas de anea, ni chiringuitos con espetos de sardinas, ni barrigas cerveceras, ni olor a aceite de coco, ni jubilados alemanes… O hay paraísos o hay hoteles.

Cuando pase la Crisis (¿?), y la revolución neoliberal nos haya adormecido con el falso crecimiento, volverán a la carga… por eso el viajero lo observa todo con un pellizco de rabia y pena.

Antes de alcanzar la almenara hay un bunker abandonado entre las dunas. Es de la Segunda Guerra Mundial, de cuando Hitler y Franco estaban convencidos de que el desembarco aliado desde el Norte de África ocurriría entre Huelva y Almería. Por esa razón se construyeron todos estos nidos de ametralladoras que jalonan la costa de este sur. También por ese motivo, para evitar ese hipotético desembarco, se acopiaron en Cádiz más de 2000 artefactos, entre minas submarinas, cargas de profundidad y torpedos, que acabaron explotando en 1947. La enorme explosión destruyó media ciudad y causó 147 muertos y miles de heridos… suceso que las autoridades trataron de silenciar.


La Torre Almenara de Castilnovo está colonizada por cuervos y palomas. Se enfadan mucho cuando llega el viajero, y le graznan y revolotean a baja altura. Es de planta cuadrada, con doble propósito. Durante todo el año se utilizaba para lanzar señales visuales si fuera menester, y en primavera, en interés de las pesquerías de los duques de Medina Sidonia. Tiene escalera de acceso y está hueca… y es un inmenso placer conquistarla.

Hace calor y camino los trescientos metros de arena hasta llegar a la orilla. Lo hago despacio porque no quiero que se acaben estos momentos. Observo bien, al norte y al sur, no vaya a ser que aquel montañero curtido por el sol asome detrás de cualquier duna, y sólo entonces, cuando me veo sólo en el paraíso, dejo que la brisa me envuelva por completo…

…recibir la brisa sobre el cuerpo elimina el sudor y proporciona un frescor placentero. También es placentero recibir la tibieza del sol, y percibir la arena en los pies. Pero es mejor la sensación de abandono que le llega a viajero.
Desnudarse en ese paraíso es un alarido de libertad… y esa playa del sur, desde Zahora hasta Castilnovo es un derroche libertario.