lunes, 22 de abril de 2013

La música del hombre muerto, el castro celta y Alange

La música del hombre muerto suena fresca mientras conduzco con el carnet caducado. Desaparece el hombre, pero permanece su voz nasal y los sonidos que ha construido con su guitarra. No es un cantor de prodigiosa voz. No, no es eso. Simplemente es la música póstuma de George Harrison… y me gusta conducir con ella a buen volumen.

A mediados de Abril el campo está verde y tapizado de flores. En Sevilla ya hace calor... pero la temperatura va bajando conforme nos acercamos a la Sierra de Huelva, tirando ya para Extremadura, la tierra donde los castúos —gente noble donde la haya— tienen migajón en lugar de alma. En Higuera de la Sierra hay un bar que ponen “Gambé planché” (sic)... será que tienen muy a gala haber vivido en la Francia (muy mal aprovechado, por cierto). Más arriba, en Higuera la Real, hay un Castro Celta que llaman Castrejón de Capote... Castrejón porque hay un risco de piedras que lo preside todo, y Capote porque uno de los dueños del lugar se llamaba así.

Interior del chozo de las runas celtas

Se dieron cuenta porque al maestro del pueblo (don Aurelio Salguerón) le fueron a decir que había una piedra con extrañas letras en el dintel de un chozo abandonado... Y resulto ser una piedra con signos tartésicos recogida in situ y reutilizada. La documentación que acopió el maestro y la publicación posterior del artículo propiciaron los sondeos arqueológicos hasta dar con una ciudad amurallada, jalonada de torreones defensivos, calles, casas y talleres… ¡la ciudad perdida de los celtas en la Beturia!, que acabaron siendo conquistados por los romanos a finales del siglo II antes de nuestra era. ¡Sorprendente: una ciudad extraordinaria y no existe en la carretera ni una sola señal que indique su presencia!
Pese a todo, lo que son las cosas, coincidimos en el castro con un grupo familiar estupendo… La señora guapa, de pelo blanco y piel extraordinaria, tenía 79 años y acababa de recuperarse de un ictus y una operación de carótida para mejorar la circulación, y estaba la mar de bien la señora. Fue la que me dijo que los tallos de hinojo se comían, que cuando eran niñas lo hacían en el pueblo; y el marido, como me vio coger un tallo demasiado leñoso, me dijo que ese no, que era mejor este otro. Y me estuvo recolectando tallos blandos de hinojo buena parte del recorrido. Por la noche todavía se me repetían… pero no me importó. Tomé nota para enseñárselo a mi nieta. Luego nos regalaron todos los espárragos que fueron encontrando y un manojo enorme de hojas de achicoria para la ensalada. El campo que rodea el Castro Celta es muy pródigo, ya lo creo. El marido de la señora de 79 años también me enseñó a hacer una especie de trompetas con las vainas de avena y hablamos de las cosas que hacíamos de pequeños en nuestros pueblos, él en Alange (creo) y yo en Ceuta… Buen rato pasamos, sí señor, mientras el arqueólogo que guiaba la visita contaba las cosas propias de estas ocasiones.

La señora guapa de 79 años y su marido iban con sus dos hijas, una morena de pelo rizado y otra rubia de pelo lacio, ambas muy guapas. La hija de la morena era una mocita muy mona, como de 14 años y voz muy dulce, que hacía fotos con su cámara. Nos fotografiamos mutuamente dentro del chozo donde se encontró la piedra con runas celtas. La otra hija de la señora de 79 años, la rubia, es la bibliotecaria (por cierto, un centro con actitudes muy novedosas) de la Biblioteca Pública de Alange, un pueblo precioso cercano a Mérida, que tiene unas termas romanas que son Patrimonio de la Humanidad… La bibliotecaria rubia está casada con el arqueólogo calvo que nos acompañaba, que no debemos confundirlo con el arqueólogo que guiaba nuestra visita. Y entre ambos fuimos entendiendo todo el entorno y dando forma a los vestigios… la rubia y el arqueólogo calvo eran padres de una jovencita, como de 10 años, que dejó escrito en el libro de visitas que cuando ella fuera arqueóloga vendría a este castro a seguir las excavaciones. Me hizo mucha gracia y la despeiné cuando pasé a su lado…

La madre del arqueólogo calvo, que era consuegra de la señora de 79 años, era una etnógrafa espontanea porque, a lo largo de su vida, había ido coleccionando vasijas de cerámica, herramientas y utensilios antiguos que ya no tenían uso. Debe ser una colección estupenda (…por cierto, estamos invitados a verla y a tomar café en su casa) Había en el grupo otra señora, coetánea de las consuegras, y otro joven con los que anduvimos hablando un rato, pero no logré ubicarlos en el clan familiar.

Desde luego Alange tiene un precioso patrimonio histórico… pero también una familia la mar de simpática, culta, que organiza una visita a un castro celta y demuestra una curiosidad envidiable. Va a ser verdad lo del migajón de los castúos, y, sobre todo, va a ser verdad que hay mucha más gente buena que mala.
                                                               



miércoles, 10 de abril de 2013

Río Tinto: Las cicatrices de la tierra


Dicen que el río Tinto es así porque lleva disueltas sales férricas… pero yo creo que es la sangre de miles de trabajadores esclavos que dejaron su salud en esa comarca desde la prehistoria hasta 1957. Dicen que ese año dejó de ser rentable la extracción de cobre, y sólo por eso los explotadores abandonaron la tierra dejando unas cicatrices visibles desde el cielo, y un río que aún chorrea sangre…

La historia es esa. Lo que pasa hoy no es nuevo. Siempre ha sido así cuando se deja al capitalismo campar a sus anchas. Si el negocio es rentable no importa la agresión al planeta, ni la salud de la gente, ni su dignidad, ni la razón de los oprimidos que reivindican mejoras. Sólo importan los beneficios económicos. ¡Puta mierda!


Las “teleras” lanzaban al aire 500 Tm diarias de gases tóxicos

En el último tercio del siglo XIX, los ingleses, propietarios de las minas, extraían el cobre calcinando el mineral al aire libre. Colocaban toneladas de mineral sobre un entramado de ramaje formando montones que llamaban “teleras” —recuerdan a las carboneras de los bosques del norte—. Prendían fuego y la combustión lenta desprendía al ambiente cantidades enormes de anhídrido sulfuroso. Luego lavaban el resto con las aguas ácidas del río y por último precipitaban la cascarilla de cobre puro sobre ladrillos de hierro. Este sistema ya estaba prohibido en Portugal y, por supuesto, en Inglaterra… pero a las autoridades españolas no parecía importarles las consecuencias.

El desprendimiento de gases sulfurosos que resultaba de esta operación llegó a ser de magnitudes impensables, lanzando al aire las teleras (que debían arder ininterrumpidamente de 6 a 12 meses al año) hasta 500 Tm. de gases tóxicos diariamente.” (Fuente: Mª Dolores Ferrero Blanco / LOS CONFLICTOS DE FEBRERO DE 1888 EN RIOTINTO. DISTINTAS VERSIONES DE LOS HECHOS )


La acción antrópica dejó montañas de escorias y cicatrices inmensas en la tierra.

Los nativos de la comarca llamaron “manta” a la nube tóxica que se formaba en tiempos de calma atmosférica. Durante esos periodos no se podía trabajar, la gente se encerraba en sus casas y los que podían se marchaban a otros lugares. Por supuesto, en la lógica del explotador (en el último tercio del XIX, eran capitalistas ingleses con la connivencia total de las autoridades españolas): si no se trabajaba, no se cobraba. Pero no sólo eso, la nube tóxica persistente arruinó la agricultura de toda la zona, que era la base económica de la comarca.

Los propietarios de las minas contrataban a niños menores de 14 años (en jornada de 12 horas) para hacer el trabajo de un adulto por la mitad del salario. Era legal. Cada trabajador que asistía al médico de la empresa tenía que abonar una peseta. Pagaban parte de los salarios en bonos que los trabajadores canjeaban por comida en los economatos de la propia compañía inglesa. Esto llevó a la ruina a los pequeños negocios de la comarca minera. Trabajar en las minas inglesas de Río Tinto, a pesar de la explotación, acabó siendo la única posibilidad de subsistir.

Las reivindicaciones para mejorar las condiciones laborales no fueron atendidas ni por ingleses ni por españoles, y acabó el 4 de Febrero de 1888. Ese día, la Guardia Civil y el Regimiento Pavía acabaron a tiros con la protesta pacífica de 14.000 trabajadores. 

La historia se repite milimétricamente (precisamente acaba de morir Margaret Thatcher, que en esto de reprimir mineros a sangre y fuego sabía mucho) No se puede dejar que el capitalismo dirija la vida de la gente. Hoy los propios capitalistas y sus secuaces se cuidan muy mucho de citar la palabra maldita: “capitalismo”. Hoy la camuflan bajo la engañifa de “sociedad de libre mercado” o “democracia liberal”… pero la realidad es la misma: un río de sangre.



miércoles, 3 de abril de 2013

Sin confianza no se puede vivir

Dice el mecánico que eso va a ser de la transmisión, que tiene holgura en la rueda derecha… Bueno, pues será. Me puede decir lo que quiera pero no me importa demasiado porque le tengo confianza. Y eso es muy bueno, tranquiliza. Y también es bueno confiar en el fontanero, y en el médico y en el dentista; pero sobre todos, deberíamos tener confianza en nuestros políticos, esos personajes que elegíamos con nuestros votos.

“Sin confianza no se puede vivir”, lo escribía mi abuelo —en teniente López— que murió en el 37, en la batalla de Brunete. Él no confiaba en la República y se alzó en armas contra ella. Yo hoy no confío en que este sistema devuelva el poder a la gente… —hablo de este sistema como una democracia falsa; que mantiene la forma pero que está sometida al poder financiero—.

Por eso sería estupendo volver a tener confianza en mis políticos, porque sin confianza no se puede reconstruir el país. En este sentido, no se me va de la cabeza lo que decía hace dos días un contertulio de la radio local, decía, con mesura y buena intención, que habría que dar tiempo al gobierno, que era prematuro condenar su política y que habría que esperar a que acabe la legislatura para ver qué consigue… Si esta opinión se generaliza es que tenemos una democracia fallida desde la raíz.

¿Por qué digo esto?

 

Lo digo porque los partidos reciben votos para que ejecuten el programa de gobierno que han explicado: El que presentan públicamente antes de las elecciones. Los diez millones de personas que votaron al Partido Popular en 2010 —quieran ellos o no— están apoyando ESE programa electoral de gobierno, y no otro. No votamos a dictadores para que ejecuten programas ocultos o gobiernen a golpe de decretos… Si Zapatero o Rajoy traicionan la voluntad popular (como lo han hecho) y no pueden ejecutar sus programas de gobierno por las presiones externas —o por situaciones sobrevenidas— DEBEN DIMITIR y proponer nuevas elecciones con programas que se ajusten a los nuevos planteamientos, sin mentiras para captar votos ingenuos. Y nosotros decidiremos, no ellos, porque no son quiénes para tomarse la voluntad de la gente a la ligera. Si Partido Popular y Partido Socialista gobiernan a espaldas de los votos que recibieron no tienen suelo en el que apoyarse y convierten la democracia en una parodia criminal.

Pues eso, que no se me va de la cabeza la opinión de aquel contertulio. Si en este tiempo no hemos conseguido formar ciudadanos críticos, difícil va a ser construir una democracia real.


lunes, 1 de abril de 2013

Crónicas de jubilación: De paseo por la Isla


Debe ser poniente, pero el viento se encaja entre las callejuelas y me llega que parece del norte. No sólo por la dirección, también por lo fresco… Me revuelve los pelos y deja mis orejas al viento. Siempre me ha gustado recibir el viento en las orejas, la verdad. Mi padre solía decir –señalando nuestros notables apéndices- que éramos gente de buena casta. Lo decía en broma, pero yo sufrí mucho de pequeño con ese asunto… que los niños con las orejas grandotas somos una diana fácil para los demás. No sé… por lo menos me quedan pelos y eso amortigua la dimensión de las orejas, incluso hoy día.

Hay una tertulia en la radio local. Son contertulios de la calle, gente de a pie que me cae bien. Dan vueltas y vueltas sobre los síntomas visibles de la crisis… pero no acaban de identificar al enemigo. Me frustra un poco porque uno de ellos dice que habría que esperar los cuatro años a ver si el gobierno consigue mejorar las cosas… Todavía no se ha enterado que esta crisis no es una cuestión de partidos. ¡Madre mía, este hombre vive en las nubes! Pero, mira, al menos debaten en libertad…

La tarjeta de débito no sirve para sacar dinero en el cajero. ¡Escalofrío! No veas lo que tiene que ser haber sido estafado con las preferentes y quedarte sin los ahorros de toda una vida. Pues así, miles de engañados. Me guardo la tarjeta. Al fin y al cabo, para un café tengo… y como es lunes, no hay churros. Eso que me ahorro.

Están desmontando los palcos de Semana Santa… por lo menos estos trabajadores están en lo suyo, trabajando. Me encantaría preguntarles cuántas horas trabajan, cuánto cobran, hasta cuándo van a trabajar y cuál será el finiquito y el paro… Pero no lo hago.

No me lo puedo creer, mi farmacéutica dice que no hay Vivotif (la vacuna contra el tifus) en toda España. ¿Y ahora qué hago? No es para servidor, es para una de las víctimas de la crisis que han generado los mongo-liberales que nos gobiernan. El joven científico se tiene que ir de su patria. Se va a Costa Rica a cuidar tortugas marinas… Ojala no pille el tifus. Porque como lo pille y le pase algo malo por culpa de que en España no hay Vivotif, saco el kalashnikov del armario y mato algo o alguien, me da igual.

Nos estamos quedando sin jóvenes. Esa es la verdadera catástrofe.