viernes, 17 de agosto de 2012

Crónicas de la jubilación / Es triste la cuenta atrás


Es triste la cuenta atrás. No lo imaginaba así… deambulo por las salas del laboratorio mirando la cacharrería sobre la mesa de trabajo, los botes encima de las estanterías, los tubos de ensayo y los matraces secándose en las gradillas. En la sala del fondo siguen los cientos de libros viejísimos, que sobrevivieron al fuego de una biblioteca olvidada… Sólo yo los he cuidado y consultado estos años. Algunos son del XIX y tienen la nomenclatura química primitiva. Y he rescatado cientos de utensilios de vidrio y botes de productos químicos que ya no sirven para nada. Algunos nacieron en los primeros años del siglo XX y los habrían tirado sin misericordia… Pero ahora lucen de nuevo, y tienen la historia digna de lo antiguo -que no de lo viejo- porque yo los admiraba.

Respiro el aroma acre de los vapores nitrosos como si fuera el aroma fresco de un amanecer. Es lo suyo. Y, pensándolo, ese ha sido el aroma de mis amaneceres durante más de 33 años. Se dice pronto: treinta y tres años, el número que te hacía decir Boris —el doctor Fossati—, allá en mi Ceuta de la niñez, mientras colocaba el estetoscopio frío sobre el pecho… di treinta y tres… otra vez… otra vez…

Pues ya ha pasado mi vida profesional —no me lo puedo creer—, apenas me quedan días en activo y sigo con un encontronazo de sensaciones… Quiera o no, en cierta forma, este laboratorio está modelado a mi imagen. Ya sé que no soy dueño de las cosas materiales que dejo aquí, que la vida seguirá, que nadie es imprescindible… pero conozco todas las historias que impregnan este lugar y que le proporcionan un alma. Dejando para otra ocasión a las personas, conozco el devenir de cada aparato arrumbado, la historia de cada tubo abandonado en un rincón, la de cada estantería… Sé el por qué de cada expediente y conozco el origen de cada historia no escrita. De alguna forma percibo que TODO: los aparatos, los vidrios viejos, los libros antiquísimos, cada rincón y la pila de expedientes, me miran con reproche. Ya sé que parece una cursilada y una tontería, pero cuando salga por la puerta para no volver, todas esas cosas sentirán una punzada de soledad. Lo sé. Les voy a privar de su alma. Nadie recordará sus historias. Nadie las va a querer como las quise yo…



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