lunes, 12 de diciembre de 2011

Violeta - Episodio 1/3

Pues no sé si me apetece dejaros algunas fotos y pasar a otra cosa, o elucubrar sobre los asuntos de Violeta…



No sé… hablar de Violeta es mas trabajoso, sobre todo en un lunes con aires de “chungo embajonao” —un “chungo embajonao”, en palabras de mi amigo Fernando es levantarse depresivo, sin ganas de ponerse a ná de ná—. Lo que pasa es que Violeta tiene una vida notable y ayer, mientras le relataba a mi cuñado algunas anécdotas me daba cuenta que tiene su interés… es hija de un diplomático español que siempre andaba de país en país y por eso la dejó en Madrid, a cargo de un tío-abuelo, hombre muy leído, rico de familia y un poco filántropo. Bien relacionado con la oligarquía del franquismo, pero republicano y rojillo en el fondo… yo me lo imagino socarrón —tal vez un poco homosexual—, parco en carnes, chaqueta cruzada y pañolón aristocrático al cuello.

Por lo visto, la niña recibió de su tío-abuelo demasiados mimos y una exquisita educación en colegios de monjas. Y, por lo que se ve, sacó de ellos una evidente aversión a la religión (cosas que suelen pasar) y un gusto por la independencia personal que siempre lleva de estandarte y que, a veces, hasta resulta feroz. En vez de conducir su ánimo hacia una mujer sumisa, lo que las monjas consiguieron de Violeta fue una mujer libre (fundamentalmente libre), muy por delante de su tiempo, sin miedos al “qué dirán” en esos años en los que las mujeres españolas debían ser un dechado de virtudes hogareñas, o sea, esencialmente estrechas…

De su tío-abuelo, el filántropo, también recibió un regalito de por vida, que para eso tenía sus contactos y su cadena de favores en el Régimen: una carrera de funcionaria en el Ministerio de Marina... sin examen ni tonterías, directamente.

Conociéndola, me resulta difícil imaginar a Violeta ejerciendo como secretaria de un coronel en un Cuartel General… con la exuberante cabellera negra, sus rasgos amplios, unos ojos verdes bellísimos y esa belleza alternativa que hace que los hombres la miremos dos veces (incluso ahora, con setenta años, sigue ocurriendo), y se nos desboque la imaginación con su forma de vestir que insinúa formas y cosas o las muestra directamente. Difícil imaginarla, digo, en las oficinas de un cuartel español en los años 60. Ella me cuenta cosas de los sargentos que por allí aparecían que mejor no repetir aquí… pero imagínense ustedes una joven de 20 años, desinhibida, en minifalda y consciente de lo que provocaba, en mitad de un ambiente de varones trogloditas, machistas esenciales, pero achantados porque no podían azorarla. Simplemente, Violeta podía emocionalmente con todos ellos… porque podía y, sobre todo, porque tenía de padrino al General de División don Fulanito de Tal, conmilitón del Generalísimo desde las cabilas de Marruecos…

Por razones obvias, codazos había entre los milicos para sentarse frente a la máquina de escribir que usaba Violeta. Y por lo que se barruntaba, los trogloditas, aventados por esa chica morena (único ejemplar femenino en el cuartel), se la cascaban como micos en los retretes. Pero a ella, aparte de las miradas directas, la dejaban en paz. Sobrevivió y salió ilesa, y hasta reforzada, de la experiencia… hasta que su tío-abuelo, el filántropo, le dejó otro regalito. Pero eso lo veremos en el siguiente episodio.

La imagen es un trozo de celofán al amanecer

2 comentarios:

Unknown dijo...

Fantástico como siempre,deseando leer màs.bss




Miguel Ángel López Moreno dijo...

Otro beso para ti, Concha. Tú eres más bella que Violeta...