sábado, 18 de septiembre de 2010

Un vecino en bici pasea por la Isla de León en vísperas del bicentenario

Ayer saqué la bici de mi niño y me fui a liquidar un par de recaos por las calles de la vieja Isla de León (San Fernando – Cádiz)… que últimamente han hecho una red de carriles-bici muy controvertidos. Unos dicen que bueno, que vale, pero que están mal diseñados y no se ajustan a la normativa; otros, que discurren por las aceras y han eliminado aparcamientos para coches, y que no hay derecho; otros protestan porque piensan que las bicis son un peligro para los viandantes…

…pero a servidor le encanta una ciudad con muchas bicis por la calle. Desde que visité Berlín y Ravenna comprendí que una ciudad con muchas bicis por la calle se acerca a una ciudad civilizada, serena y saludable. No sé, las ciudades con bicis me resultan ciudades amables. Y eso ocurre cuando, además de circular ciclistas —deportistas dominadores de la máquina—, empiezan a circular por las calles vecinos en bici, que no es lo mismo porque son personas en el límite de sus fuerzas y en el borde de sus equilibrios…

…servidor es de esos. Voluntarioso, pero de esos.

Pero que nadie se equivoque, ir al límite de las fuerzas y al borde del desequilibrio es una cuestión pasajera. Se supera; y mientras tanto, estos vecinos en bici son los ponemos pie en tierra en cuanto se acercan a un niño fuera de control, o vemos un estrechamiento de la vía o un coche en lontananza… Los vecinos en bici no somos un peligro precisamente por nuestra inseguridad. Es más peligroso —por ejemplo— un conductor que busca aparcamiento gratis y cuando lo encuentra se lo pisan con malas artes…

Fachada de lglesia Mayor antes de la restauración

…echo pie a tierra y me siento un rato delante de la Iglesia Mayor. La fachada está recién restaurada —recordemos que el 24 de septiembre harán 200 años que en esa iglesia juraron los diputados que redactaron la primera constitución española­, La Pepa—. Pero me voy sin decidir si me gusta cómo la han dejado. No sé: ese color almagra tan subido...

…como ahora no pasan coches —pasará un tranvía—, en la calle Real han montado un mercado medieval, que ahora se lleva mucho llamar así a estas cosas. Olían las especias y los quesos añejos. Me gusta. También hay un barco velero varado en mitad de la calle.

Las terrazas de los bares se han expandido para conquistar parte de la vieja calzada. El sol del atardecer invita a tomarlas… Han engalanao la calle con banderas y banderolas porque los reyes van a venir —por lo del bicentenario del 24-S— y la ciudad debería estar bonita. Pero no sé… hay demasiadas obras sin terminar y eso estropea todos los intentos.

Pasean por la calle muchos vecinos, muchos. La Plaza del Rey y la Alameda parecen guarderías. ¡Cómo gritan los niños! Me inquietan los niños. Son impredecibles… eso debe ser porque me hago mayor y no tengo nietos.

Se ven algunas bicis, pero aún son pocas para que la ciudad sea amable…



jueves, 16 de septiembre de 2010

El patriotismo hepático de Rajoy

Nací en Ceuta, pequeña ciudad en la costa africana del Estrecho de Gibraltar, y corrí por las calles de Villajovita, un pequeño barrio de las afueras. Y allí batallé a pedradas contra los niños del Mixto por la disputa del Llano, un descampado a pie de las murallas merinidas que usábamos como campo de futbol…
Puerta de FEZ. Murallas meriníes de Ceuta

…el barrio y la ciudad —Villajovita y Ceuta— son mi patria noble; la primera, la que se instala en el corazón cuando es virgen… porque las otras, las patrias que se aprenden en panfletos, o en libros de historia amañada, o en soflamas al son de músicas marciales y bajo banderolas coloristas, esas son patrias amañadas, patrias que a otros interesa imbuir de forma forzada. Y no me fío demasiado de ellas porque no residen en el corazón sino en el hígado…·
Rajoy viaja hoy a Melilla —ejerciendo su derecho incuestionable— pero me parece que lo hace de forma aviesa (por obvias razones) y apelando a este patriotismo hepático del que hablo. El mismo patriotismo que utiliza a su vez —ejerciendo su derecho incuestionable— el primer ministro del otro país para que sus conciudadanos se sientan agredidos en sus sentimientos patriohepáticos. Hay poca nobleza cuando ambos azuzan estos sentimientos tan fáciles de soliviantar.
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Me parece que no es bueno apelar a las patrias aprendidas, prefiero a las personas como objeto de deberes y derechos, amores y desamores… Sí, prefiero apelar a la patria nobleporque cuando al cabo de los años me reencontré con Abselam, uno de esos niños malos del Mixto, en lugar de seguir con las pedradas, nos abrazamos. Es lo que tiene compartir la pequeña patria noble, la que aprendimos entre nosotros.
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Veremos qué pasa…

martes, 14 de septiembre de 2010

La Pensadora de Ikea no tiene pasado


Con catorce años se empieza a pensar más y a jugar menos… creo. El cuerpo de la Pensadora de Ikea es un torrente desbocado de hormonas. La mente, un torbellino de ideas y percepciones que van cambiando de un minuto para otro.

Con catorce años apenas se tiene pasado; el presente es rabioso y el futuro no existe, ni se piensa. El mundo que encuentra, cambia y se adapta exactamente con su ritmo vital, y viceversa. El mundo y la pensadora se modelan al mismo tiempo… por eso —porque no hay un mundo pasado al que añorar— para ella no hay sorpresas ni miedos ante los cambios sociales que se siempre se avecinan.

El antiguo homínido se adaptó al hábitat —físico y social—, la Pensadora de Ikea se mimetizará estupendamente con el cambio histórico que le toque vivir…

Solo cambia el decorado.


viernes, 10 de septiembre de 2010

Quemar libros es una cosa muy fea

Y, seguramente, eso pasa por leer el mismo libro día tras día, en este caso la Biblia. Hablodel reverendo Jones, ese pastor de cincuenta corderos —imbécil a su vez—, de bigote blanco y hablar pausado, que quiere quemar coranes como si fueran las obras de Miguel Servet, porque ha llegado a la conclusión de que el Islam es Satanás, y quemando unos cuantos libros se eliminan los males del mundo…


Sí, seguramente eso le pasa al reverendo por limitarse a leer un solo libro, y creérselo. O sea, pensar que por conocerlo de principio a fin se está en posesión de la Verdad Sagraday de las soluciones para los problemas humanos. Hay que ser imbécil. Sí, señor, hay que estar rematadamente loco…

…y parte del problema es que nada ni nadie ridiculiza pública y abiertamente los comportamientos absurdos ligados a mensajes divinos que solo oyen imbéciles como este. Ni siquiera su presidente Obama es capaz —en atención a la libertad de pensamiento— de llamar idiota a este personaje por la presunción de respetar sus creencias religiosas. Todo lo contrario, se observan y se cumplen todas las liturgias de sumisión a las clerigallas que medran en nuestras sociedades.

Casi nadie con prestigio en este planeta tiene la valentía de llamar a las cosas por su nombre y declarar que las creencias en submundos no pueden interferir la gobernanza de los pueblos (ni mediar el desarrollo científico… recuérdense a Hawking y a Dawkins) Y esto pasa porque las religiones —con independencia de su ridiculez— son unos valiosos instrumentos de sumisión y control…

…hasta que imbéciles como el reverendo Jones intentan meter fuego al bidón de gasolina en mitad del cumpleaños.

Quemar libros es una cosa muy fea, pero forma parte de la libertad personal. En las sociedades democráticas, los individuos pueden hacerlo… en las otras —adecuadamente dirigidas, como todo hijo de vecino— se sienten ofendidos.


Quemar libros es una cosa muy fea

Y, seguramente, eso pasa por leer el mismo libro día tras día, en este caso la Biblia. Hablodel reverendo Jones, ese pastor de cincuenta corderos —imbécil a su vez—, de bigote blanco y hablar pausado, que quiere quemar coranes como si fueran las obras de Miguel Servet, porque ha llegado a la conclusión de que el Islam es Satanás, y quemando unos cuantos libros se eliminan los males del mundo…


Sí, seguramente eso le pasa al reverendo por limitarse a leer un solo libro, y creérselo. O sea, pensar que por conocerlo de principio a fin se está en posesión de la Verdad Sagraday de las soluciones para los problemas humanos. Hay que ser imbécil. Sí, señor, hay que estar rematadamente loco…
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…y parte del problema es que nada ni nadie ridiculiza pública y abiertamente los comportamientos absurdos ligados a mensajes divinos que solo oyen imbéciles como este. Ni siquiera su presidente Obama es capaz —en atención a la libertad de pensamiento— de llamar idiota a este personaje por la presunción de respetar sus creencias religiosas. Todo lo contrario, se observan y se cumplen todas las liturgias de sumisión a las clerigallas que medran en nuestras sociedades.
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Casi nadie con prestigio en este planeta tiene la valentía de llamar a las cosas por su nombre y declarar que las creencias en submundos no pueden interferir la gobernanza de los pueblos (ni mediar el desarrollo científico… recuérdense a Hawking y a Dawkins) Y esto pasa porque las religiones —con independencia de su ridiculez— son unos valiosos instrumentos de sumisión y control…
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…hasta que imbéciles como el reverendo Jones intentan meter fuego al bidón de gasolina en mitad del cumpleaños.
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Quemar libros es una cosa muy fea, pero forma parte de la libertad personal. En las sociedades democráticas, los individuos pueden hacerlo… en las otras —adecuadamente dirigidas, como todo hijo de vecino— se sienten ofendidos.

jueves, 9 de septiembre de 2010

La casa de Juan


La casa de Juan tiene paredes blancas con zonas ocres, y tejas árabes, como las del sur. Y un muro blanco que la separa del vecino, un hombre taciturno desde que enviudó. Ahora —el vecino, digo— pasa poco tiempo en esa casa porque se le hace enorme y vacía, y porque sus hijas —una es notaria en Sevilla y la otra ingeniera en Barcelona— ya hacen su propia vida. Por eso al vecino no le importa que las avispas hayan anidado en el muro, debajo de una rama de la macroparpa que invade la casa de Juan…


La casa de Juan tiene balaustrada de pilares blancos que la separa de una pequeña piscina… dice que el agua está algo turbia, pero el sol tangencial del atardecer, el que roza el muro, ilumina la fachada de su casa y se refleja en la superficie del agua… ¡A Joan Miró le habrían fascinado esos reflejos!

Y uno piensa que la realidad es demasiado inexacta, que atraviesa cientos de filtros antes de que cualquier individuo la pueda medio-interpretar a su exclusivo modo y saber. Es verdad que coexisten otros mundos, otras realidades, otros pareceres, y que están aquí… olvida del zumbido de las avispas y se concentra en admirar la fachada de la casa de Juan reflejada en el agua turbia. Sí, a Miró o a Sorolla les habrían fascinado estos reflejos…
Nunca imaginé que la fachada de Juan, la que tardó seis semanas en pintar, también fuese esto.


viernes, 3 de septiembre de 2010