martes, 20 de octubre de 2009

Las gallinas no abortan


Las mujeres que asistieron a la manifa de Madrid (y conste que hablaré solamente de ellas) no deberían abortar nunca. De hecho, lo normal, honesto y coherente es que jamás lo hagan. No lo hacían —mejor dicho, no deberían haberlo hecho— cuando en España estaba terminantemente prohibido abortar. Tampoco lo habrán hecho desde que apañamos una ley con decenas de flecos sueltos —lo más seguro es que los 500.000 mil abortos ocurridos en los ocho años de gobierno Aznar no sean de católicas, evidentemente—. Y, por supuesto, tampoco lo harán cuando tengamos en vigor una ley de plazos para abortar.

Las mujeres católicas tienen una ley muy clarita que les prohibe hacerlo; y si lo hacen sufrirán entonces una condena espectacularmente larga y sin posibilidad de redención por buena conducta posterior. ¡Eso es una condena ejemplar y lo demás son tonterías! Yo no sé, pero si servidor fuera una mujer católica, y por un casual de la vida hubiera abortado, estaría acojonaíta perdía, de verdad. O sea, que por más leyes socialistas que regulen los abortos, jamás se me ocurriría abortar, ¡madredelamorhermoso! ¡Que aborten las pecadoras que quieran, pero que me dejen en paz!

Y en esto estaría de acuerdo con todas ellas, la verdad. Que cada una haga lo que quiera, que esto del aborto no es obligatorio. ¡Faltaría más!

Y les decía a varios amigos —ahora va en serio— que el problema no es que exista esta o aquella corriente de opinión, les decía que el peligro es que una particular corriente de opinión, en concreto, la que se ajusta al dogmatismo catolicista, tenga vocación de convertirse en la única corriente de opinión abusando de su tradicional ascendencia moral sobre el pueblo. Y que esto es algo que no se puede consentir bajo ningún concepto en un país aconfesional y, en general, en cualquier sitio donde la vida se organice en torno a la voluntad popular… (y conste que estoy jartito de repetir estas cosas a lo largo de este blog)

Mezclar religión y política democrática siempre suscita el eterno problema de relacionar creencias en lo irracional con el pragmatismo de lo tangible. O sea, la religión —léase casta sacerdotal o clerigalla— continúa ejerciendo su tradicional chantaje y exige obediencia ciega a cambio de salvación eterna y, lo que es peor, aspira a imponer una moral única (la suya) a todo vecino… y lo hace porque en su delirio maneja una verdad que viene directamente del mismísimo Dios. ¿Cómo puñetas van a estar equivocados? Madre mía, si esto no es el germen de la perfecta intolerancia, que baje Dios y lo vea.

Si se quedaran en sus templos y en sus púlpitos, y fueran felices allí con sus aquelarres místicos, vale. Pero es que los que oyen voces y ven luces en el cielo siguen aspirando a legislar y a gobernar un país laico, en el que debemos y queremos caber todos, crédulos e incrédulos. Y ese país debe tener leyes suficientemente amplias, leyes que se impregnen de aire fresco… porque el tradicional incienso que desprendían huele bien pero aturde, jolines.

¡Que aburrimiento, pordiosbendito, que aburrimiento!

Post Data: Lo del título es simplemente un reclamo para llamar la atención. De ninguna manera debe entenderse como un insulto a las mujeres que deciden no abortar. De hecho estuve barajando varios títulos posibles:

Rouco no aborta (ya lo es) / Las focas no abortan / Las ballenas no abortan / Las yeguas no abortan / Las pavas reales no abortan / Las lagartas no abortan… (lo de perras y zorras lo deseché inmediatamente, que hasta me daba vergüenza escribirlo) Y de nuevo caí en la cuenta que tenemos un lenguaje enormemente machista. Todos esos animales, en su versión hembra, tienen una carga peyorativa que no lo tiene el macho. Así que lo de la gallina que no aborta me pareció, dentro de lo que cabe, lo más simpático y lo menos ofensivo… De todos modos no lo tengo muy claro, creo que me la estoy jugando y alguna me va a echar a los perros.

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