miércoles, 7 de octubre de 2009

Estamos hechos para creer nuestras propias fábulas

Sí, estamos hechos para creer nuestras propias fábulas. No tenemos otra opción. La fisiología del extraordinario órgano que es nuestro cerebro se encarga de crear y recrear, interpretar y reinterpretar los estímulos exteriores que le llegan. Y con esa amalgama imperfecta, construye nuestro universo personal, nuestra propia fábula, que debe servirnos para procrear más y sobrevivir a otros individuos. Y este universo/fábula personal —único e irrepetible en otro ser humano— es la realidad real por la que seríamos capaces de matar y morir.

Es verdad que los hombres sabios conocen muy poco de estos asuntos neuronales, pero lo conocido es fascinante e inapelable (por ahora)

De todos modos, no nos hagamos ilusiones: pese a nuestra ignorancia, y por mucho que lo necesitemos, no existe nada sobrenatural fuera de esa masa compleja de neuronas. Todo lo que pensamos; toda la creatividad emocional y plástica; todas las habilidades aprendidas; todo sentimiento elevado de amor-odio; todo lo excelso o ínfimo; las ansias de inmortalidad; lo moral que haya en nosotros y, por encima de todo esto, la propia conciencia de ser un individuo diferenciado e irrepetible, todo eso es la creación —el resultado— de una arquitectura neuronal y de un determinado flujo de moléculas. Simplemente porque esa particular arquitectura neuronal y el flujo de moléculas provoca lo que somos, lo que sentimos y lo que creemos.

Y lo asombroso es que precisamente por esta razón los hombres adultos tenemos una poderosa tendencia a seguir creyendo en mundos subyacentes gobernados por dioses todopoderosos que existen al margen de nosotros mismos (Religión y psicoanálisis)… La pregunta que surge ahora es: ¿cómo y por qué persisten mundos subyacentes (religiones) en la realidad de los hombres si racionalmente comprendemos que solo son ficciones pueriles (fábulas infantiles)? O, planteada la cuestión de forma más simple: ¿Por qué llegado el momento renunciamos a la realidad de duendes, gnomos y Reyes Magos pero mantenemos la existencia real de dioses, demonios y paraísos eternos?

Seguramente porque si nuestro cerebro funciona así —y funciona así en todas las culturas de todos los tiempos— es porque tal respuesta evolutiva favorece la supervivencia del individuo. Dicho de otro modo, si esto somos después de 3000 millones de años de evolución es porque ser así —creadores de culturas religiosas— es un camino evolutivo válido para la supervivencia del individuo.

Nacemos con un cerebro potencialmente asombroso, pero vacío de códigos y contenidos. Nuestro cerebro —sirva el símil— es una biblioteca con miles de libros que están por escribir y, para colmo, necesitan códigos para ser interpretados. Es una biblioteca, además, a disposición de un iletrado. Es una colección de libros que, además, solo podemos llenar de instrucciones durante un corto periodo de tiempo. Hemos comprobado que los hombres logramos hablar solamente si oímos hablar desde el momento de nacer; o podremos amar solamente si nos acarician y nos sonríen en el tiempo y durante el tiempo adecuado... después no sirve de nada cualquier intento, sin los estímulos adecuados en el momento preciso, ni aprenderemos a hablar ni a amar porque no tendremos los códigos adecuados. Si pasado el momento los libros permanecen sin los códigos, jamás podremos rellenar los capítulos…

En este contexto el cachorro humano no es distinto al de otro mamífero de la sabana africana. Si quiere sobrevivir deberá obedecer ciegamente a la madre, y a la menor señal materna, huir, buscar refugio o permanecer inmóvil. Y el cachorro que mejor aprenda, el más obediente, el que mejor impronta deje en su libro de códigos, sobrevivirá. La madre lo alimenta y lo protege de enemigos; la madre le toca, le habla, lo socializa y le enseña habilidades a lo largo de una infancia humana que es extraordinariamente larga precisamente para eso. La madre se convierte así en un ser inconmensurable y poderoso, es una figura que da la vida y la mantiene… y el cachorro que consiga asumir con más intensidad su roll de protegido, y abandonarse a la protección de ese ser inconmensurable, sobrevivirá mejor. Así funciona la mejora evolutiva: la larguísima infancia humana propone la sumisión absoluta al concepto/figura materna como algo indiscutible, a lo que se obedece ciegamente, sin discusión, es un ser que lo puede todo y lo soluciona todo, un ser al que abandonarse porque trae alimento, seguridad y estabilidad. La madre es el paraíso durante un tiempo corto pero imprescindible. Y con ese código/impronta bien instalado en la mente crecemos y perdura para siempre en los esquemas neuronales…

…y precisamente en esta impronta se cobijan los dioses que los hombres inventan y reinventan día tras día, a los que recurren cada vez que se sienten desvalidos, impotentes y perdidos.

No creo que podamos ser de otra forma. Si somos así, y lo somos —creadores de culturas religiosas—, es porque evolutivamente ha sido un éxito desarrollar la sumisión a la madre/diosa. Sí, la religión no es más que una convicción pueril instalada en la mente desde la más temprana edad. Que se apoya y encaja perfectamente en la impronta neuronal de obediencia filial…

…cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros...

El asunto consecuente, el indignante, trataría de ridiculizar con saña a los clérigos de todas las religiones, a los que oyen las voces de los dioses, a los iluminados que interpretan a su gusto la voluntad de los dioses, a los que intentan convencernos de su locura con malas artes… pero el estimado profe se me ha adelantado (muy bien adelantado, por cierto): Locura y religión …y eso que me ahorro.

La imagen pertenece a la serie “Fotos en un tubo”.Amanecer amoniacal en un matraz aforado de 50 ml



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